Etimológicamente,
el término pedofilia significa “amor por los niños”; pero, en nuestro
lenguaje contemporáneo ha venido a significar todo lo contrario: “abuso
de los niños”. Y, por eso, esta palabra suscita tanta indignación. Y es
bueno que lo haga como ha quedado de manifiesto en la reprobación
unánime que han encontrado actos de esta índole practicados por
adultos inescrupulosos entre los cuales no han faltado, por desgracia,
incluso sacerdotes. Y, por lo mismo que detrás de esa expresión hay una
situación indignante, no se puede guardar silencio frente a una actitud
que ha adoptado el actual gobierno. Ella es de pedofilia, aunque
revestida de nombres que tratan de ocultarla. Se trata, entonces, de
pedofilia y de hipocresía a la vez.
En primer lugar, el libro
editado por la Municipalidad de Santiago bajo de la dirección de
Carolina Tohá una connotada dirigente de la coalición gobernante. Bajo
el pretexto de educar la sexualidad de los menores, lo que hace
simplemente es inducirlos a practicar conductas aberrantes, de alto
riesgo para su salud física; y también para su salud psicológica y
espiritual. En este caso, el supuesto carácter educativo no es más que
un pretexto para quebrar a los niños su conciencia moral y así
convertirlos en verdaderos guiñapos de personas.
En segundo
lugar, la horrorosa realidad que ha quedado a la vista en la gestión del
Servicio Nacional de Menores. Más de 800 niños han muerto en los
últimos diez años por la ineficiencia del servicio y por su falta de
control sobre instituciones asociadas y financiadas por platas fiscales;
es decir, de todos los chilenos. Y eso no es más que la cara más
trágica de esta realidad; después siguen los niños enfermos, algunos
gravemente y el altísimo número de aquellos que, carentes de toda
formación moral, salen de esos centros directamente a engrosar las filas
de la delincuencia. Si el gobierno no es capaz de cuidar de los niños
en un servicio que depende enteramente de él ¿con qué cara pretende
intervenir después en la educación de todos los demás niños y jóvenes
del país?
En fin, el máximo abuso: el proyecto de ley que
legaliza la práctica del aborto; esto es, del crimen cuyas víctimas son
los miembros más inocentes, más indefensos y más vulnerables de nuestra
comunidad: los niños que están por nacer. Probablemente, el gobierno
piensa que, eliminándolos, va evitar todos los otros problemas que le
dan los niños ya nacidos. Y, por eso, rodea su proyecto de una
hipocresía como pocas veces se ha visto. Invoca, por ejemplo, los
derechos de la madre a disponer de su cuerpo, como si la criatura fuera
parte del cuerpo de la madre. La verdad es que de esa manera trata de
evitar cumplir con los derechos de los cuales esa madre sí dispone
cuando se ve en una situación difícil en razón de un embarazo:
acompañamiento, acogida, protección, apoyo pecuniario. . .
Pedofilia, pues, crimen e hipocresía. . .
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