Como
era de esperar, la exhortación apostólica "Amoris laetitia", la Alegría
del amor, que el Papa Francisco acaba de hacer pública, ha recibido
encontrados comentarios. Ella es el fruto de las largas y a veces
ásperas reflexiones que tuvieron lugar en los dos últimos sínodos que él
convocó para ocuparse de la situación de la familia en el mundo
contemporáneo. Mucho se especuló que, en
esta ocasión, la Iglesia se abriría a nuevas concepciones de la
familia, incluyendo como una de ellas a la formada por parejas del mismo
sexo. También, que abriría la puerta a nuevas uniones constituidas por
quienes terminaron una anterior por la vía del divorcio civil y no por
el correspondiente proceso de nulidad religiosa, como ha sido hasta
ahora.
Sin embargo, y como era previsible, el Papa reafirmó en
todas sus partes la doctrina tradicional. Así, por ejemplo, llamó a los
jóvenes a no dejarse engañar por falsas promesas de libertad y
autonomía que los impulsan a uniones pasajeras en las cuales no hay un
verdadero proyecto común de vida abriendo así desde el comienzo el
camino al fracaso. Los llamó, por el contrario, a entusiasmarse con la
posibilidad de una unión de por vida entre un varón y una mujer, abierta
a la llegada de nuevas vidas, como un camino real de perfección mutua.
Llamó a respetar la vida humana desde su comienzo en la concepción y a
ver en ella, a pesar de las dificultades para hacer frente a un
embarazo, a un regalo del amor de Dios. Y, por eso, llamó a la sociedad a
no mezquinar nunca el apoyo que los padres puedan requerir para llevar
ese embarazo a feliz término. Y, para qué decir, cuando la madre se
enfrenta a una situación de soledad o de abandono. Llamó a recordar el
pasaje del Génesis en el que habla de que Dios creó al hombre como
"varón y mujer", dejando en claro que sólo la unión entre uno y otra
viene a expresar fielmente la semejanza con Dios.
El Papa, con
todo, no se quedó en la mera exposición de la doctrina, sino que
también se ocupó de la delicadeza y caridad con que deben ser tratados
quienes se puedan encontrar viviendo de alguna manera al margen de estas
enseñanzas. Sobre todo en el caso de quienes sienten que la situación
que condujo al término de su relación puede haber escapado a sus
posibilidades de control. Hay mucha angustia en estos casos. Frente a
ellos no se trata por cierto de abandonar o dejar de lado lo que se ha
enseñado; pero, tampoco se trata de llegar y esgrimir la doctrina como
si se tratará de una guillotina.
En resumen, una fecunda y
consoladora enseñanza de nuestro Pontífice que compromete nuestra
gratitud y nos llama a un fiel acatamiento tanto en las palabras como en
los hechos.
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