La
Cámara de Diputados acaba de aprobar un Proyecto de Acuerdo por el cual
declara que Augusto Pinochet es el Presidente "más violento y criminal"
que ha tenido Chile en toda su historia. Este acuerdo viene a agregarse
a una sucesión ininterrumpida de insultos, injurias, burlas y
descalificaciones con los cuales la actual coalición de gobierno ha
tratado durante años de aplastar la
figura del fallecido general de modo de hacerla desaparecer de la faz
del planeta y de la memoria no solo de los chilenos sino del universo
completo. Es asombrosa la obstinación con que persiguen su cometido -
han transcurrido 43 años desde el 11 de septiembre de 1973 y 26 años
desde que dejó el poder- la cual lo único que demuestra es que, al
contrario de los que ellos pretenden, la memoria de Pinochet sigue viva y
resiste con éxito esta sucesión sin fin de ataques. Por eso, siempre
hay que agregar uno nuevo.
Obviamente Pinochet cometió errores y
pudo haber tenido responsabilidad en acciones que costaron la vida a
opositores de su gobierno. Es plausible el esfuerzo por esclarecer estos
hechos y porque la justicia haga su camino. Pero, la obstinación que
esta campaña demuestra pide otras razones para explicarla. Ellas, a mi
juicio, se resumen en dos: por una parte, porque quienes están detrás
quieren hacer olvidar el fracaso estrepitoso del gobierno marxista de
Salvador Allende y el hecho de que ese gobierno y sus partidarios -ellos
sí- habían validado la violencia como medio legítimo para imponer su
política; y porque así también quieren borrar la parte exitosa del
gobierno de Pinochet que, adelantándose en más de una década a la caída
del Muro de Berlín, sacó a Chile del subdesarrollo y sentó las bases de
lo que ha sido su progreso posterior hasta el punto de convertirse en
el país mejor conceptuado del continente. Nunca el país y sus habitantes
hubiéramos alcanzado el desarrollo de que ahora disponemos sin la
medidas que Pinochet puso en práctica en su momento.
Tanto fue
ese éxito que los mismos partidos de la izquierda lo adoptaron durante
veinte años y, con él, no hicieron sino seguir por la senda del
progreso. Pero, era el modelo de Pinochet y, por eso ahora no sólo
abominan de él sino de sus mismos propios gobiernos durante esos veinte
años y, . retroexcavadora en mano, intentan destruirlo sin dejar de él
rastro alguno, aun a costa de la ruina del país y de sus habitantes.
¿No será hora de que la izquierda arregle cuentas consigo misma y le
ponga punto final a esta paranoia?
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