Ha
sido publicada la sentencia recaída en el juicio por injurias seguido
contra el diputado Gaspar Rivas. Como se recordará, hace algunos meses
este diputado, desde el hemiciclo de la Cámara de Diputado, injurió
gravísimamente a un conocido empresario de la plaza, sacándole
literalmente "la madre". Es decir, le infirió la injuria más grave. Y lo
hizo en cuanto miembro de un cuerpo
legislativo de la República, en circunstancia que de ellos se espera que
sean modelos de conducta pare el resto de la ciudadanía. En atención a
la seriedad del delito, a la circunstancia agravante de tratarse de un
legislador y de que la injuria fue proferida en la misma Sala donde
sesiona la Cámara, y en el transcurso de una de las sesiones, se
esperaba una drástica sanción que, incluso, le acarreara la pérdida de
su condición de diputado. La que se le impuso, sin embargo, es
irrisoria: seis meses de pena remitida y dos millones de pesos de
multa. De hecho, el diputado Rivas ha quedado impune.
Como lo
han quedado, por lo demás, los autores de dos de las más extremas
groserías cometidas en los últimos años. Por una parte, Roberto
Fantuzzi, dirigente de gremios empresariales, a quien no se le ocurrió
nada mejor que regalarle al Ministro de Economía, en la cena anual de su
gremio, una muñeca inflable que representaba a una mujer diciéndole que
"a la economía, como a las mujeres, hay que estimularlas. . .".
Sanción, ninguna. Su gremio lo confirmó en el cargo de Presidente.
Por otra, el Ministro de Justicia, Jaime Campos afirmó públicamente que
los jefes de servicio de su Ministerio "tienen sus bolas sobre el
escritorio del Ministro que se las puede cortar cuando le parezca".
Sanción, ninguna. La Presidentas no ha dicho "ni pío".
Pésimos
precedentes. La cultura de la grosería se instala en nuestra patria. Si
gente de tanta importancia puede darse el lujo de comportarse
groseramente sin que nadie se inmute, no nos extrañe que comencemos
todos a tratarnos como "hijos de puta" y a hacer escarnio de la dignidad
de las personas como lo hicieron los personajes que mencionamos. La
grosería, por lo demás, no queda ahí. Los afectados, viendo que ningunas
sanción recae en quienes son los responsables de cometerla, pueden
literalmente comenzar a tomarse justicia por la propia mano. De los
dichos a los hechos hay muy poco trecho, dice el refrán popular y eso
podemos comenzar a verlo muy pronto.
Lamentables sucesos que,
sin duda, pueden terminar por afectar la normal y sana convivencia en la
medida que destruyen reglas mínimas de cortesía, de buen trato y de
urbanidad sobre las cuales se construye nuestra vida en común.
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