Es
muy corriente escuchar a adherentes de la candidatura presidencial de
Sebastián Piñera que tienen dudas acerca del candidato y que, incluso,
les gustaría apoyar a otro; pero, como "es lo que hay" lo apoyarán,
porque, por lo demás, se vislumbra como la única carta capaz de
arrebatar la Presidencia a las fuerzas de izquierda. En última instancia, Piñera podrá ser el "mal menor", pero hay que apoyarlo porque si no, nadie sabe lo que puede pasar con el país.
La situación ha recrudecido hasta el punto de constituir casi una
reacción de pánico que no acepta ninguna argumentación alternativa. Es
una reacción muy similar a la que caracterizó a la derecha el año 1964,
cuando advirtió que la fuerzas encabezadas por Salvador Allende podían
triunfar en los comicios de ese año. Fue entonces que esa derecha,
perdiendo la cabeza, decidió no llevar candidato propio y apoyar con
todo a Eduardo Frei Montalva de la Democracia Cristiana. Las
consecuencias, las conocemos muy bien. Desde luego, la DC se esforzó en
llevar adelante todas las ideas propias del marxismo y, como si fuera
poco, seis años después le entregó el poder al mismo Salvador Allende,
con el agravante de que éste se había radicalizado aun más. Es decir, la
derecha, al apoyar a Frei Montalva no hizo sino postergar la aparición
de un problema que, entretanto, creció como una bola de nieve, hasta el
punto de hacer necesaria e indispensable la intervención militar para
rescatar al país de la fosa en que había sido precipitado por la fuerzas
políticas de entonces.
En este punto, conviene advertir que el
problema no es, al menos por ahora, la figura del candidato. Lo más
graves es que detrás de esta reacción de pánico existe la convicción de
que quien triunfe en unas elecciones puede hacer lo que quiera con el
país. En esa hipótesis se explica la desesperación por apoyar a alguien
que pueda ganar y por jugársela por completo para evitar la victoria de
otro. Pero, esta posición se sustenta en una base inaceptable.
Si una lección hemos de sacar del 11 de septiembre de 1973 es que nunca
más el país puede aceptar que su destino se juegue en unas elecciones.
Estas están pensadas para elegir una autoridad; pero no para cambiar la
organización de un país desde las raíces. Insensateces como las que
sufrimos en la época de Allende o como estas que padece el país en este
gobierno son intolerables. Y eso lo tienen que saber los candidatos.
Por eso, si uno se mantiene al margen de una campaña no es tanto porque
le moleste el personaje que hace de candidato sino porque no acepta
entrar un juego de consecuencias muy peligrosas. Porque, por último, se
podrá ganar esta elección; pero, ¿qué pasará en cuatro años más? Y,
peor aún, si ésta se pierde ¿estamos dispuestos a entregar el país a
cualquier experimento?
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