El
próximo 21 de mayo conmemoramos un nuevo aniversario del Combate Naval
de Iquique. Ocasión sobre todo para meditar acerca de la Patria como
comunidad de personas actuales y de generaciones que se despliegan a
través del tiempo y cuya promoción y defensa es condición necesaria para
el sustento y perfección de cada uno y de nuestras familias. Pero es
también ocasión para meditar acerca de
la importancia que tiene para Chile el elemento en el cual se libró el
combate, el mar. De hecho, para muchos de nosotros el mar, asociado a
las playas, no ha sido ni es sino un buen elemento para la distracción
durante los meses de verano.
Desde que el salitre comenzó a
fines de la Primera Guerra Mundial (1918) a dar señales de debilidad
como proveedor de recursos a la economía nacional la pregunta fue cómo
encontrarle un sustituto. Con la crisis mundial de 1930, la situación se
volvió desesperada. La actividad económica se desplomó y se disparó el
desempleo a niveles nunca antes vistos. Fue a propósito de esta crisis
que el país tomó una decisión que, en vez de solucionar el problema, no
hizo sino agravarlo comprometiendo severamente su futuro y el de sus
habitantes. Fue la política de “sustitución de las importaciones” que
nos cerró al comercio internacional. Se postuló que el país debía
concentrarse en un desarrollo de la industria nacional que le permitiera
evitar las importaciones y así dar trabajo a los compatriotas. Por eso,
un alza enorme de los aranceles que terminó por aislar al país. Pero,
el tamaño pequeñísimo de nuestro mercado hizo ilusorio este propósito y
lo único que se logró fue crear una industria que producía a alto costo,
incapaz de competir en los mercados internacionales. El mar se
convirtió de esta manera en un elemento bueno para producir hermosas
puestas de sol, pero nada más. Se perdió el sentido de cuán importante
él es como factor de conectividad entre países y entre mercados.
Todo esto cambió cuando el gobierno militar abrió nuestra economía al
mundo generando así una industria capaz de competir. Fue el paso que
terminó ubicando a nuestro país a la cabeza del continente y a su
economía como una de las más prósperas. El mar volvió así a ser un
factor insustituible de crecimiento y desarrollo. Y, por ende, los
puertos volvieron a ser apreciados como piezas claves para asegurar ese
desarrollo. Hemos pasado, por ejemplo, a ser los terceros a nivel
mundial en el uso del Canal de Panamá y, navegando, los productos
chilenos llegan a todas partes del mundo, lo que nos permite, por la
misma vía, importar lo que necesitamos. Ha quedado demostrado que el mar
no nos separa del resto del mundo sino que nos une a él.
Vale
la pena recordarlo cuando, como ahora, gente provista de una
retroexcavadora trata de minar este fundamental pilar del progreso y de
hacernos volver a las trasnochadas fórmulas de un socialismo que fracasó
allá donde se implantó. ¿Volveremos a contemplar el mar nada más que
como un decorado de la naturaleza?
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Imagen: Zarpe de la Primera Escuadra Nacional de Thomas Somerscales (1842-1927)
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