En
esta época del año Viña del Mar acapara los titulares de las noticias.
Motivo, el Festival de la Canción. Organizado en un comienzo como
plataforma para la creación musical de índole popular, a poco andar
derivó en un gigantesco show musical cuyo valor no está dado por las
canciones que compiten sino por los conjuntos que llegan para llenar una
semana de espectáculo. En los últimos
años, nuevos ingredientes se han agregado, hasta el punto que el mismo
show musical comienza a perder protagonismo. Ahora, es la “Gala” la que
amenaza con desplazarlo. La “alfombra roja” el desfile de las
“celebridades”, los vestidos de las vedettes, el “piscinazo” de la reina
se toman el primer plano. Y este año, ademàs, el “piquito” a todo
público de una pareja homosexual.
La jornada inicial del show trajo,
por su parte, una ingrata sorpresa. En la parte destinada al humor,
quien hizo de protagonista se dedicó a basurear una de las principales
instituciones de la república, como es el Ejército de Chile, sin que
ninguna autoridad nacional se haya dado por aludida y haya salido a
defenderlo. Sobre todo cuando, como bien se sabe, el personal de ese
ridiculizado Ejército se esmera en el combate contra los incendios y es
el último recurso al cual el país puede acudir cuando las catástrofes lo
golpean.
Hace tres o cuatro años, cuando a una pareja de cómicos se
le ocurrió hacer bromas con la homosexualidad, recibió de un inmediato
una fuerte reprimenda de las autoridades locales y nacionales: eran
“homofóbicos”. Esta vez, nada. El silencio más patético ha sido tal vez
el de la alcaldesa de Viña del Mar que, como si no pasara nada, presta
su sonriente rostro para avalar todo lo que sucede durante estos días.
De hecho, ella ha quedado reducida a la condición de relacionadora
pública de un producto, que toma el nombre de Viña del Mar, pero que
carece de relación real con la ciudad. Es un producto que sin duda, y a
pesar de todo,tiene mèritos. Pero es diseñado desde fuera y responde más
que a un proyecto cultural, a requerimientos económicos, y muchas veces
encarna, discutibles concepciones culturales y políticas a las cuales
poco y nada les importa incluso socavar las bases que constituyen la
identidad nacional.
Para los que vivimos en Viña del Mar apreciar
como el nombre de la ciudad se presta para sustentar groserías
constituye una afrenta que se vuelve difícil de soportar. Sucede además
que el nombre de la ciudad es conocido casi sólo por este evento, por el
casino municipal o por la excelencia de sus playas; pero no por alguna
contribución significativa al acervo cultural y material del país.
De la sustancia de lo que alguna vez constituyó la identidad de la
ciudad, de su vitalidad propia, poco y nada va quedando. Y eso es
indicio de un estado que produce mal olor.
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