HACE 100 AÑOS: EL PILOTO LUIS PARDO AL MANDO DE LA ESCAMPAVÍA YELCHO RESCATA A LOS MIEMBROS DE LA EXPEDICIÓN SHACKLETON.
A fines de 1914, poco después de que se iniciara la Primera Guerra
Mundial, el explorador Ernesto Shackleton junto a un grupo de audaces
viaja a la Antártica con el objetivo de cruzarla de un lado al otro.
Pero, antes de llegar al punto de inicio del trayecto, en enero de 1915,
el barco en el cual iban, el Endurance, quedó atrapado en los hielos
que después de varios meses de espera, en octubre de ese año, terminaron
por destruirlo. De ese modo, el grupo quedó abandonado a su suerte en
medio de los hielos antárticos. Con los restos del buque y con los
pertrechos que llevaban armaron un campamento que los cobijar y que en
abril de 1916 fue trasladado un poco más al norte, en la Isla Elefante.
Desde ese punto, Shackleton y cinco de sus camaradas iniciaron una
larguísima travesía en búsqueda de auxilio. Lo hicieron empleando uno de
los botes del buque. A pesar de que lo prepararon para este desafío,
era un bote pequeñísimo y, sin duda, la maniobra era muy arriesgada y
sólo se comprende por el estado de desesperación en que ellos se
encontraban. Navegaron 800 millas a Islas Georgia del Sur y después
fueron a las Malvinas. De ambas partes intentaron el recate, pero en
ambos casos, la cortina de hielos impidió llegar al lugar donde habían
quedado los náufragos. Entonces, Shackleton y sus acompañantes se
dirigieron a Punta Arenas donde, después de muchas vicisitudes, lograron
que la Armada de Chile asumiera la tarea de rescate. Esta destinó al
escampavía Yelcho y puso a su mando a don Luis Pardo, oficial de Marina
Mercante pero, en ese momento, al servicio de la de Guerra. En agosto de
1916 este buque zarpó llegando al lugar donde los esperaban los
náufragos el día 30 del mismo mes. Es decir, más de veinte meses después
de haber naufragado.
La epopeya llegaba a su fin y la hazaña
de estos marinos chilenos de haber podido cumplir con éxito su misión en
medio de la peor estación del año y de mares tormentosos fue
ampliamente reconocida y admirada. Y lo sigue siendo a pesar del tiempo
transcurrido.
El temple de este extraordinario Piloto quedó de
manifiesto en la carta que, antes de zarpar, escribió a su padre
comunicándole su misión: "La tarea es grande, pero nada me da miedo: soy
chileno. Dos consideraciones me hacen hacer frente a estos peligros:
salvar a los exploradores y dar gloria a Chile. Estaré feliz si pudiese
lograr lo que otros no. Si fallo y muero, usted tendrá que cuidar a mi
Laura y a mis hijos, quienes quedarán sin sostén ninguno a no ser por el
suyo. Si tengo éxito, habré cumplido con mi deber humanitario como
marino y como chileno. Cuando usted lea esta carta, o su hijo estará
muerto o habrá llegado a Punta Arenas con los náufragos. No retornaré
solo".
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