El
intento del Partido Comunista chileno de eliminar a Dios de toda
referencia oficial en nuestra Patria tiene antecedentes sobrados a lo
largo de la historia universal y a lo ancho de todo el mundo. Nada nuevo
bajo el sol. Pero hubo un caso reciente, especialmente significativo,
que acaba de ponerse de nuevo en el tapete a propósito de la
canonización en Roma, el pasado día
domingo, del niño-mártir mejicano José Sánchez del Río, ejecutado el 10
de febrero de 1928. Ello sucedió en México en el marco de la guerra
denominada "cristera" o "Cristíada" que tuvo lugar entre 1926 y 1929,
especialmente en los estados del este mejicano, encabezados por el de
Jalisco. Fue una guerra que estalló como respuesta a los esfuerzos de
sucesivos gobiernos mejicanos por desterrar todo rastro del cristianismo
en ese país incluyendo por cierto a la Virgen de Guadalupe. Esos
esfuerzos culminaron en el gobierno de Plutarco Elías Calles quien
simplemente decidió entrar a sangre y fuego. No vaciló en saquear
Iglesias, en destruir conventos, en asesinar a sacerdotes y en expropiar
todos los bienes eclesiásticos, comenzando por las escuelas. Fue en
esas circunstancias que un grupo de cristianos decidió dar la cara y
batirse por sus ideales bajo el lema de "Viva Cristo Rey", razón por la
que sus adversarios los apodaron los "cristeros", nombre con el que se
los conoce hasta hoy.
José Sánchez, a pesar de sus cortos 14
años se enroló junto a sus hermanos. En una batalla se le tomó
prisionero y se le intimó a que abjurara de su fe. El muchacho se negó y
a cada acto de presión respondía con un fuerte "Viva Cristo Rey y viva a
la Virgen de Guadalupe". En definitiva, se le desollaron los pies y se
le llevó caminando al lugar de su martirio. Ahí preguntado por su
verdugo que mensaje quería enviar a sus padres respondió: "Que viva
Cristo Rey y que en el cielo nos veremos" a lo cual aquel respondió
propinándole una cuchillada y ultimándolo de un balazo.
La
guerra terminó en empate porque, sobre la base de la amenaza que ella
significaba, el gobierno decidió entrar en negociaciones con los Obispos
mejicanos llegándose a un acuerdo que en definitiva ha culminado con
lo que vemos hoy día: un pueblo que, a pesar de todos sus problemas y
amenazas, sigue siendo sólidamente cristiano y enteramente aglutinado en
el fervor de una creciente devoción a su reina y patrona, Nuestra
Señora de Guadalupe.
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