jueves, 2 de marzo de 2017

DE DICTADORES Y DE DICTADURAS

 





En todos los partidos de la coalición gobernante, en grupos extraparlamentarios más radicales y aun en algunos grupos de derecha se ha generalizado el calificativo de "dictador" para referirse a Augusto Pinochet y de "dictadura" para referirse al período de su gobierno (1973-1990)y, por esa vía, para condenarlos de manera absoluta. Curiosamente, los que más insisten en este predicamento son los que, en su momento, quisieron instaurar entre nosotros la "dictadura del proletariado". Cosas de la vida. . .

Pero, esta calificación no es nueva en la historia del país. Ya Bernardo O'Higgins recibió ese calificativo y fue obligado a abdicar en 1823 presionado por los grupos de la burguesía santiaguina que no toleraban el ejercicio de su autoridad. Diego Portales fue otro que recibió esa denominación cuando construía la república que llevaría su nombre y a la cual tanto le debemos nuestra patria y todos nosotros. Manuel Montt, presidente entre 1851 y 1861 fue terriblemente denostado por el sentido de autoridad con que ejercía el poder. Buena parte de su período transcurrió en situación de Estado de Sitio, lo que le valió no sólo el nombre de dictador sino directamente el de tirano. Hoy, lo recordamos como una de los mejores presidentes, si no el mejor, que ha tenido Chile. 

José Manuel Balmaceda, que gobernó entre 1886 y 1891 también recibió este calificativo y esa fue la causa que se esgrimió para justificar la guerra civil de 1891. Incluso, a su término y después de su suicidio, el Congreso creó la Comisión de Verdad y Justicia destinada a investigar los "crímenes de la Dictadura". Pero, desde el momento siguiente a su muerte, el pueblo chileno se encargó de poner las cosas en su lugar tributándole un constante homenaje como una de las figuras que más abnegación demostró en el servicio de la patria.

En 1924, habiendo fracasado el régimen que habían instaurado los vencedores de 1891, el país se desplomó y hubo de ser recogido del suelo por nuestras Fuerzas Armadas y de Orden, cuya figura más destacada fue la del entonces coronel Carlos Ibáñez del Campo. Este, elegido presidente en 1927 por una mayoría aplastante, renunció a raíz de los problemas que trajo la crisis económica de 1931. De inmediato, sobre todo la antigua derecha que tanto añoraba el poder, descargó sobre él la acusación de haber sido un "dictador" hasta el punto de que, el Senado constituyó una comisión destinada a investigar "los actos de la Dictadura". Tanto se machacó sobre él esa condición que, cuando la ciudadanía hastiada de los abusos de poder y de la ineficiencia que demostraron los gobiernos civiles, quiso limpiar la política de tanto escándalo, no vaciló en elegirlo a él, en 1952, precisamente porque en él veía al "dictador" que el país tanto necesitaba. Su emblema durante la campaña fue una escoba, para así demostrar que barrería con todo lo que ensuciaba a la política de entonces.

Ser denominado "dictador" no significa pues, en nuestra historia, algo necesariamente negativo. Por eso, más que de poner nombres o apodos, la preocupación debe orientarse a disponer de una buena política sobre todo cuando, como hoy, ella se derrumba por los escándalos que afectan a todos los partidos; pero, en especial, a los gobernantes por casos como el de Caval y el de las pensiones de Gendarmería; y por la colosal ineficiencia demostrada desde luego en el manejo de la economía y también, además, en la muerte y en el drama de los niños del SENAME y en el descalabro tanto del Servicio de Votaciones y Elecciones (SERVEL) como del Registro Civil.


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