En
todos los partidos de la coalición gobernante, en grupos
extraparlamentarios más radicales y aun en algunos grupos de derecha se
ha generalizado el calificativo de "dictador" para referirse a Augusto
Pinochet y de "dictadura" para referirse al período de su gobierno
(1973-1990)y, por esa vía, para condenarlos de manera absoluta.
Curiosamente, los que más insisten en
este predicamento son los que, en su momento, quisieron instaurar entre
nosotros la "dictadura del proletariado". Cosas de la vida. . .
Pero, esta calificación no es nueva en la historia del país. Ya
Bernardo O'Higgins recibió ese calificativo y fue obligado a abdicar en
1823 presionado por los grupos de la burguesía santiaguina que no
toleraban el ejercicio de su autoridad. Diego Portales fue otro que
recibió esa denominación cuando construía la república que llevaría su
nombre y a la cual tanto le debemos nuestra patria y todos nosotros.
Manuel Montt, presidente entre 1851 y 1861 fue terriblemente denostado
por el sentido de autoridad con que ejercía el poder. Buena parte de su
período transcurrió en situación de Estado de Sitio, lo que le valió no
sólo el nombre de dictador sino directamente el de tirano. Hoy, lo
recordamos como una de los mejores presidentes, si no el mejor, que ha
tenido Chile.
José Manuel Balmaceda, que gobernó entre 1886 y
1891 también recibió este calificativo y esa fue la causa que se
esgrimió para justificar la guerra civil de 1891. Incluso, a su término y
después de su suicidio, el Congreso creó la Comisión de Verdad y
Justicia destinada a investigar los "crímenes de la Dictadura". Pero,
desde el momento siguiente a su muerte, el pueblo chileno se encargó de
poner las cosas en su lugar tributándole un constante homenaje como una
de las figuras que más abnegación demostró en el servicio de la patria.
En 1924, habiendo fracasado el régimen que habían instaurado los
vencedores de 1891, el país se desplomó y hubo de ser recogido del suelo
por nuestras Fuerzas Armadas y de Orden, cuya figura más destacada fue
la del entonces coronel Carlos Ibáñez del Campo. Este, elegido
presidente en 1927 por una mayoría aplastante, renunció a raíz de los
problemas que trajo la crisis económica de 1931. De inmediato, sobre
todo la antigua derecha que tanto añoraba el poder, descargó sobre él la
acusación de haber sido un "dictador" hasta el punto de que, el Senado
constituyó una comisión destinada a investigar "los actos de la
Dictadura". Tanto se machacó sobre él esa condición que, cuando la
ciudadanía hastiada de los abusos de poder y de la ineficiencia que
demostraron los gobiernos civiles, quiso limpiar la política de tanto
escándalo, no vaciló en elegirlo a él, en 1952, precisamente porque en
él veía al "dictador" que el país tanto necesitaba. Su emblema durante
la campaña fue una escoba, para así demostrar que barrería con todo lo
que ensuciaba a la política de entonces.
Ser denominado
"dictador" no significa pues, en nuestra historia, algo necesariamente
negativo. Por eso, más que de poner nombres o apodos, la preocupación
debe orientarse a disponer de una buena política sobre todo cuando, como
hoy, ella se derrumba por los escándalos que afectan a todos los
partidos; pero, en especial, a los gobernantes por casos como el de
Caval y el de las pensiones de Gendarmería; y por la colosal
ineficiencia demostrada desde luego en el manejo de la economía y
también, además, en la muerte y en el drama de los niños del SENAME y en
el descalabro tanto del Servicio de Votaciones y Elecciones (SERVEL)
como del Registro Civil.
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