El
dogma de la Inmaculada Concepción de María había sido recientemente
proclamado en 1854 por el Papa Pío IX. Era una fiesta que, de hecho, se
celebraba en la Cristiandad desde muchos siglos antes; pero, con esa
proclamación ella se hizo oficial y, como fecha, tomó la de la
publicación de la Bula papal que consagró el dogma:
8 de diciembre. Desde el momento mismo de la proclamación, el
entusiasmo se apoderó de los fieles católicos. Recordemos que, en Chile,
en ese mismo tiempo y con motivo de esta proclamación, el episcopado
nacional estableció el Mes de María que comenzaba el 8 de noviembre y
terminaba el 8 de diciembre. Desde el inicio, la participación de los
fieles fue desbordante. Fue precisamente, en este contexto, que sucedió
una de las mayores tragedias que registra la historia de nuestra patria.
El 8 de diciembre de 1863 una enorme multitud llenaba de bote
en bote el templo de la Compañía de Jesús en Santiago, ubicado en la
que ahora se llama la calle de La Compañía, o Compañía simplemente,
entre las calles Morandé y Bandera. Había más de dos mil personas en el
Templo; la mayor parte de ellas mujeres que se habían congregado ahí, a
partir de las 18:00 hrs., para participar en la ceremonia de cierre del
Mes de María. Había cerca de 2.500 cirios encendidos en todo el templo
y, de súbito y por motivos que aún se desconocen, alguno de esos cirios
encendió algún cortinaje. El fuego se propagó de manera instantánea por
toda la Iglesia, de madera, incendiando los ropajes de la época, sobre
todo de las damas. Todo esfuerzo por huir se hizo imposible. Las salidas
se convirtieron en verdaderos embudos donde la gente se aplastaba unas a
otras. Las puertas sólo se abrían hacia el interior por lo que el
efecto del atasco se hizo demoledor.
No más declarado el fuego,
las campanas del Templo comenzaron a tocar dando la alarma con el
resultado de que a su alrededor se congregaron miles de personas que se
convirtieron en testigos horrorizados de la tragedia. No hubo nada que
hacer. Alrededor de 1.700 muertos, totalmente calcinados, constituyeron
el dantesco resultado del incendio. El gobierno tomó cartas en el
asunto y ordenó el rescate de los cadáveres disponiendo su traslado en
carretas al Cementerio General donde fueron enterrados, durante cuatro
días, en fosas comunes para cavar las cuales fue necesario organizar un
grupo de más de doscientas personas. Todo, con el fin de evitar males
aún mayores como el surgimiento y propagación de epidemias.
El
lugar donde estaba el Templo es ahora el jardín del Edificio donde
tradicionalmente funcionó el Congreso Nacional en Santiago. Ahí, se
dispuso la instalación de una imagen de la Virgen para perpetua memoria
de la tragedia. También se han reinstalado en el mismo lugar las
campanas de la antigua Iglesia. Como consecuencia de este devastador
incendio, se organizó en Santiago la Primera Compañía de Bomberos.
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