Nuevamente
el país se ha visto sacudido por lo que aparece como el más reciente
caso de colusión empresarial. Esta vez, entre cadenas de supermercados
que habrían acordado precios de venta mínimos para diversos productos de
carne de pollo. Corresponderá, por cierto, a las cadenas acusadas el
hacer valer sus argumentos si estiman injusta esta imputación.
Pero, a cualquier evento, hemos de decir que conductas de colusión son
extremadamente graves. Ellas minan la confianza de las personas hacia el
sistema de libre empresa y de libre mercado que tanto bien le ha traído
al país durante los últimos cuarenta años. Ponen directamente en juego
la solidez de ese sistema y de lo que, a partir de él, se ha construido
con tanto esfuerzo y sacrificio. Y, por lo mismo, ponen en juego la
estabilidad de los empleos que las empresas han creado en tan gran
número durante estos años. Por eso corresponde, más allá de una
determinada investigación, recordar una vez más que el fundamento último
de este orden de cosas reside en una estrecha relación entre propiedad
de los bienes y responsabilidad por su uso.
Hay dos extremos que rechazar. Por una parte, el extremo de considerar a la propiedad como una relación de dominio que autorizaría al propietario a hacer lo que se le dé la gana con los bienes que son suyos. A lo más, sin dañar a otros. Pero, ni siquiera eso se respeta. En esta concepción, la vida social se convierte en un sutil juego de influencias y de presiones en los que el bien común o el de quienes disponen de menos poder, comienza a esfumarse. Por otra parte, el extremo de la respuesta marxista: en vista de que esa es la propiedad, el único camino posible para superar los antagonismo sociales es el de suprimir la propiedad. Ya conocemos los grados de miseria, de abyección y de tiranía a que se llegó con la aplicación de esa idea.
Urge, en este contexto, recuperar el sentido auténtico de la propiedad como medio para hacer más eficiente el uso de los bienes esto es, para lograr que éstos produzcan para la comunidad y para sus miembros un beneficio mucho mayor que el que podrían producir si su administración estuviera radicada en las manos de quienes gobiernan. A éstos no les corresponde la función de administrar bienes, pero sí la de velar porque en su administración por parte de los particulares se respete esta orientación al bien común. Como asimismo la de velar porque en el ejercicio de su tarea los empresarios encuentren el apoyo público indispensable para el éxito de su misión. Por eso, la importancia de abrir espacio para nuevos emprendimientos, pero también la de sancionar a quienes hacen un uso deplorable del poder que da la propiedad.
Propiedad es sinónimo de responsabilidad. Defender a la primera significa desde luego poner el acento en la segunda.
Hay dos extremos que rechazar. Por una parte, el extremo de considerar a la propiedad como una relación de dominio que autorizaría al propietario a hacer lo que se le dé la gana con los bienes que son suyos. A lo más, sin dañar a otros. Pero, ni siquiera eso se respeta. En esta concepción, la vida social se convierte en un sutil juego de influencias y de presiones en los que el bien común o el de quienes disponen de menos poder, comienza a esfumarse. Por otra parte, el extremo de la respuesta marxista: en vista de que esa es la propiedad, el único camino posible para superar los antagonismo sociales es el de suprimir la propiedad. Ya conocemos los grados de miseria, de abyección y de tiranía a que se llegó con la aplicación de esa idea.
Urge, en este contexto, recuperar el sentido auténtico de la propiedad como medio para hacer más eficiente el uso de los bienes esto es, para lograr que éstos produzcan para la comunidad y para sus miembros un beneficio mucho mayor que el que podrían producir si su administración estuviera radicada en las manos de quienes gobiernan. A éstos no les corresponde la función de administrar bienes, pero sí la de velar porque en su administración por parte de los particulares se respete esta orientación al bien común. Como asimismo la de velar porque en el ejercicio de su tarea los empresarios encuentren el apoyo público indispensable para el éxito de su misión. Por eso, la importancia de abrir espacio para nuevos emprendimientos, pero también la de sancionar a quienes hacen un uso deplorable del poder que da la propiedad.
Propiedad es sinónimo de responsabilidad. Defender a la primera significa desde luego poner el acento en la segunda.
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