A
propósito de un pequeño volumen de reciente aparición: El "Padre" de
los Chicago Boys, Arnoldo Harberger (Ed. Bicentenario). Recopiladores:
Ángel Soto y Francisco Sánchez.
Como bien se sabe -aunque se tiende a olvidar- estos "Boys" revolucionaron la economía nacional a partir de 1975. Hasta esa fecha, producto de las políticas socializantes y estatistas en boga desde comienzos de los años de 1930, Chile se había convertido en uno más de los países mediocres que vegetaban bajo el nombre, entre lastimero y despectivo, de países sub-desarrollados. La miseria en que vivía gran parte de la población era abrumadora y, desoladores, los índices de mortalidad y de desnutrición infantiles. Y la emigración sobre todo a los Estados Unidos constituía para muchos la única posibilidad de redención. Esa política, por lo mismo, violentaba gravemente el ejercicio de los derechos humanos de una inmensa mayoría a una vida medianamente digna donde el pan, el techo, el abrigo, la salud, la educación no fueran sólo el privilegio de unos pocos.
El gobierno militar decidió terminar con esa situación y, al menos, poner las bases de un nuevo orden económico que nos acercara a las naciones desarrolladas y que permitiera a nuestros compatriotas la posibilidad de acceder en términos razonables a aquellos bienes básicos para llevar una vida al menos modestamente humana. Esa fue la tarea que ese gobierno y más precisamente el General Pinochet puso en manos de este grupo de jóvenes que se había formado tanto en la Universidad Católica de Santiago como en la Escuela de Administración de Empresas de la Universidad de Chicago. Fue el origen de la aplicación práctica de los principios de la denominada Economía Social de Mercado, fundamentada en el estímulo a la creatividad y a la responsabilidad de las personas. Los resultados son conocidos. Con esos jóvenes al timón, Chile inició un rápido ascenso que lo llevó a la cabeza de los países de Latinoamérica y, a su población, a gozar cada día más de bienes y servicios que, hasta entonces, aparecían como inalcanzables. En 1990 cambiamos de gobierno; pero, los que vinieron, a pesar de su antagonismo con el régimen militar tuvieron el buen tino de no modificar las bases del sistema y así el país pudo continuar en la senda del progreso y del desarrollo de los cuales tanto nos enorgullecemos. Fue una manera -lo olvidamos con frecuencia- de restablecer el imperio de los derechos humanos en un campo esencial para la dignidad de las personas.
Cuando, como ahora, se trata de imponer al país una política claramente regresiva, de aplicar de nuevo las viejas y trasnochadas tesis del mismo socialismo que fracasó entre nosotros y en todo el mundo, urge recuperar la memoria y aplicarse a defender las ideas que tanto progreso nos trajeron. Es en el cumplimiento de esta tarea que se edita este esclarecedor y ameno volumen en el cual se alternan textos del mismo Harberger con los de algunos de sus más renombrados discípulos chilenos.
Como bien se sabe -aunque se tiende a olvidar- estos "Boys" revolucionaron la economía nacional a partir de 1975. Hasta esa fecha, producto de las políticas socializantes y estatistas en boga desde comienzos de los años de 1930, Chile se había convertido en uno más de los países mediocres que vegetaban bajo el nombre, entre lastimero y despectivo, de países sub-desarrollados. La miseria en que vivía gran parte de la población era abrumadora y, desoladores, los índices de mortalidad y de desnutrición infantiles. Y la emigración sobre todo a los Estados Unidos constituía para muchos la única posibilidad de redención. Esa política, por lo mismo, violentaba gravemente el ejercicio de los derechos humanos de una inmensa mayoría a una vida medianamente digna donde el pan, el techo, el abrigo, la salud, la educación no fueran sólo el privilegio de unos pocos.
El gobierno militar decidió terminar con esa situación y, al menos, poner las bases de un nuevo orden económico que nos acercara a las naciones desarrolladas y que permitiera a nuestros compatriotas la posibilidad de acceder en términos razonables a aquellos bienes básicos para llevar una vida al menos modestamente humana. Esa fue la tarea que ese gobierno y más precisamente el General Pinochet puso en manos de este grupo de jóvenes que se había formado tanto en la Universidad Católica de Santiago como en la Escuela de Administración de Empresas de la Universidad de Chicago. Fue el origen de la aplicación práctica de los principios de la denominada Economía Social de Mercado, fundamentada en el estímulo a la creatividad y a la responsabilidad de las personas. Los resultados son conocidos. Con esos jóvenes al timón, Chile inició un rápido ascenso que lo llevó a la cabeza de los países de Latinoamérica y, a su población, a gozar cada día más de bienes y servicios que, hasta entonces, aparecían como inalcanzables. En 1990 cambiamos de gobierno; pero, los que vinieron, a pesar de su antagonismo con el régimen militar tuvieron el buen tino de no modificar las bases del sistema y así el país pudo continuar en la senda del progreso y del desarrollo de los cuales tanto nos enorgullecemos. Fue una manera -lo olvidamos con frecuencia- de restablecer el imperio de los derechos humanos en un campo esencial para la dignidad de las personas.
Cuando, como ahora, se trata de imponer al país una política claramente regresiva, de aplicar de nuevo las viejas y trasnochadas tesis del mismo socialismo que fracasó entre nosotros y en todo el mundo, urge recuperar la memoria y aplicarse a defender las ideas que tanto progreso nos trajeron. Es en el cumplimiento de esta tarea que se edita este esclarecedor y ameno volumen en el cual se alternan textos del mismo Harberger con los de algunos de sus más renombrados discípulos chilenos.
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