jueves, 2 de marzo de 2017

LA SALIDA: UN NUEVO LIBRO DE ANDRÉS ALLAMAND

 





LA SALIDA: UN NUEVO LIBRO DE ANDRÉS ALLAMAND
Por Gonzalo Ibáñez Santa María, abogado, Doctor en Derecho y Consejero del Círculo Acton

Intervención en la ceremonia de presentación de este libro en las dependencias del Club de Viña del Mar el día miércoles 9 de noviembre de 2016

El senador Andrés Allamand acaba de publicar su nuevo libro La Salida. Su título recuerda al del anterior, El Desalojo, cuyo objetivo era el de señalar la ruta para obtener el triunfo de la centro derecha en las elecciones presidenciales de 2013, lo que en definitiva se logró con el triunfo de Sebastián Piñera. Ahora, se trata de lograr la salida de la Nueva Mayoría -que, entretanto, logró recuperar la Presidencia- y que a ella acceda nuevamente la centro derecha.

El libro está dividido en tres partes. La primera, dedicada a escudriñar la razón de por qué el gobierno de Piñera, habiendo sido exitoso en el campo económico, terminó sin embargo en una derrota aplastante para su sector. La segunda, se refiere al actual gobierno de Michelle Bachelet y a los errores que ha cometido; y la tercera, a indicar que esos errores, bien explotados, pueden provocar la salida de la Nueva Mayoría y su reemplazo por las fuerzas de ChileVamos o de la centro derecha.

El libro está constituido por breves capítulos que más que tales, se asemejan a columnas de opinión de un periódico dando la impresión de que la sucesión en que se despliegan es más bien arbitraria pudiendo de hecho intercambiarse entre ellas en muchos casos. Pero, más allá del formato, me interesa, por supuesto, destacar el contenido de la obra. Y debo advertir de entrada que lo haré más bien con la mirada de un abogado del diablo. La obra tiene partes muy logradas; pero, en este caso creo importante dar una mirada a sus debilidades.

1.- Incitación al aventurismo político

Hay algunos párrafos de la obra que claramente pueden servir de base para aventuras política que nuestra experiencia enseña que terminan mal. En primer lugar, las afirmaciones siguientes: ". . .todas la elecciones presidenciales definen el destino del país" (p. 13); "Todo se juega en la elección presidencial y parlamentaria de 2017" (p. 187). No está de más recordar que el haber creído que ese tipo de elecciones revisten tal carácter definitorio estuvo en la base de la grave crisis que sufrió el país y que obligó al pronunciamiento militar de 1973. Hacer la afirmación que comentamos es la que entusiasma a los aventureros para someter al país a los experimentos más descabellados. Por eso, es menester recordar que para el destino de un país no es indiferente quién lo dirija, pero que él de verdad se juega en el trabajo cotidiano de sus habitantes, en el esfuerzo y en la creatividad que ellos despliegan. Es al servicio de estos factores que debe estar un gobierno. Curiosamente, fueron los partidos que estuvieron en la oposición al gobierno militar y que formaron el conglomerado conocido como la Concertación, los que mejor entendieron esta lección. Así lo demostraron en los veinte años en que fueron gobierno en los cuales se aplicaron con razonable éxito a una buena gestión del país sobre la base de respetar los fundamentos sobre los cuales el gobierno militar, al término de su período, lo dejó apoyado, sin pretender para nada introducirles grandes alteraciones. 

Por eso mismo, tampoco es posible estar de acuerdo con lo que afirma el autor respecto a que el error de Salvador Allende fue el de haber intentado "cambios revolucionarios sin contar con un sólido respaldo ciudadano y una efectiva mayoría política y social" (p.157). La experiencia que hemos tenido como país exige no olvidar nunca que la legitimidad del ejercicio del poder se define por la gestión efectiva que se haga de él. Los cambios que intentó Allende no fueron “revolucionarios” sino que fueron insensatos y descabellados hasta el punto de no dejarle al país otra salida que el pronunciamiento militar. No reconocerlo así de nuevo abre también las puertas al aventurismo político.

2.- Consejos a la centro derecha ¿o nueva versión de los postulados de la izquierda?

En este punto, Allamand expone ciertamente muchas de las ideas que han sido propias de su sector; pero, también expone otras donde muestra una cierta dependencia de las ideas que provienen de la izquierda. Por ejemplo, en el tema de la igualdad Allamad nos pide “asumir la desigualdad”(p. 76), pero la impresión que deja la lectura de los párrafos que siguen es más bien la de que, sobre este punto, él asume en parte al menos el discurso de la izquierda, agrupada en la Nueva Mayoría. Porque, como ella, él lo hace sin referencia a lo que sí debe ser la principal preocupación, la justicia, esto es que a cada uno se le dé lo suyo y que, en caso de bienes y servicios, la sociedad de la cual todos formamos parte, sea capaz de producir los que son necesarios para que nadie carezca de lo mínimo para una vida digna de una persona humana. Es cierto que en la base de la convivencia social debe estar presente la igual dignidad de todos como personas, lo cual exige un trato similar, por ejemplo, en el caso, de la aplicación de la ley. Pero, hemos de tener cuidado, cuando pasamos a otros niveles, de que poner el acento en la igualdad no ponga en jaque a la justicia: dar a todos lo mismo versus dar a cada uno lo suyo. No debemos olvidar aquellos tiempos en que se creía que todos los problemas sociales se iban a resolver no con crecimiento económico, sino con lo que entonces se denominaba “la redistribución del ingreso”. Fueron tiempos que terminaron en el empobrecimiento brutal de la mayoría del país y en el hecho de que éste cayó en el más ignominioso de los subdesarrollos.

Además, Allamand, como la izquierda, se guarda muy bien de reconocer el inmenso avance que en los últimos cuarenta años hemos tenido en el punto del progreso personal y social. Las nuevas carreteras atestadas de vehículos, son sólo un botón de muestra de ese progreso y de cómo nuestro país se ha vuelto en uno donde es posible hacer realidad viejos sueños que antes parecían inalcanzables como era el de un vehículo propio. Ha sido el resultado de las políticas que Allamand, es cierto, propone para aumentar el crecimiento; pero ellas están en vigor desde hace mucho tiempo sin que haya sido necesaria ninguna invocación demagógica a un mito como es este de la igualdad, tal como la enarbola la Nueva Mayoría.

Algo similar sucede con el llamado a la solidaridad. Es cierto que el Estado debe estar preparado y provisto de recursos para enfrentar emergencias, pero de ahí a convertirse en el dispensador universal de cuanto bien y servicio alguien pueda pensar, hay una distancia enorme. El Estado no dispone de recursos propios, por lo que los que quiera emplear debe extraerlos del cuerpo social. Hacerlo para prestar servicios bajo el pretexto de que deben ser gratuitos, como la educación, puede terminar en el peor de los descalabros, quitando recursos a la inversión y, por ende, a la creación de empleos. En estos casos suele suceder aquello de que lo que "el Estado da con una mano, lo quita con la otra. . .".

Respetar, en este sentido, el carácter subsidiario que debe tener todo Estado no es una cuestión ideológica sino una condición fundamental para el crecimiento del país y de sus habitantes. En parte Allamand asume esta premisa, pero en otra la rechaza, como cuando anuncia su aceptación para que el Transantiago no sea estatal sólo en su diseño y dirección sino también en su operación abriendo la puerta para la creación de una empresa aperadora también de carácter estatal (p. 73). La verdad es que si hay un ejemplo de cómo el haber dejado de lado la subsidiaridad estatal ha terminado en el peor desastre para las personas es este del Transantiago; y para el país, por el costo estratosférico que todos hemos debido asumir. Ojalá pudiéramos volver a servicios privados de locomoción que por su número y variedad aseguraran un efectivo y eficiente servicio de movilización colectiva a todas las personas. 

3.- Diversidad y tolerancia

En este punto (pp. 87 y sgtes.), Allamand se queja de que la centro derecha no ha sido suficientemente inclusiva con la diversidad y pone como ejemplo lo difícil que fue sacar adelante el Acuerdo de Unión Civil que favoreciera a las parejas tanto hétero como homosexuales y que debe abrirse a aceptar en seno a quienes sean partidario de legalizar el aborto en caso de violación. 
Respecto de la homosexualidad es muy cierto que la sociedad puede y debe ser más inclusiva de lo que lo ha sido hasta ahora y que debe tomar en cuenta la situación muchas veces delicada en que viven quienes se inclinan a ella o la practican. Pero, siendo ese un punto válido no puede ignorarse cómo de a poco y con creciente velocidad va adquiriendo cuerpo la idea de que en materia de sexualidad da lo mismo vivirla y practicarla de una manera o de otra, hasta el punto de que cada uno podría entrar a elegir su sexo. En este sentido, la preocupación debe estar centrada en la formación de la juventud de tal manera que por lo menos tenga claro de que no da la mismo acostarse con un hombre que con una mujer; y sobre este punto nada dice nuestro autor, validando así el discurso que la izquierda ha exhibido durante este último tiempo. Quedan también pendientes problemas acuciantes como son el de la caída de la natalidad, el envejecimiento de las personas y el aumento exponencial de los casos de violencia intradoméstica, entre los cuales destacan aquellos que terminan en femicidio o maltrato infantil.
Respecto del aborto, como dice Allamand, se podrá aceptar la colaboración para otras tareas de alguien que lo acepte en tal o cual condición; pero, en atención al debate que, sobre este punto, sacude a nuestro país, no deja de sorprender que en este libro nada diga el autor acerca de cuál sea su posición. Casi para concluir que quien calla, otorga. . .

4.- Hacia una nueva constitución

En este punto, Allamand muestra con razones muy valederas cómo este tema ha sido artificialmente levantado por la coalición gobernante para esconder el fracaso de su gestión; cómo, con él, lo que aquella busca, en buen chileno, es "emborrachar la perdiz"; cómo es de contradictorio que, después de las transformaciones que la Constitución ha recibido incluyendo las que le introdujo Presidente Lagos y que le permitieron señalarla como modelo de constitución democrática, ahora ella sea presentada como un resabio del autoritarismo militar e indigna de los derechos humanos. Por eso, se esperaba de él que no cayera en la trampa que esta maniobra implica; como él mismo lo dice, "no pisar el palito" (p. 270). Sin embargo, la conclusión es de que lo pisa. Así, él se pregunta, ¿qué debe hacer la centroderecha? y responde que ella debe "presentar un completo proyecto de cambio y reforma a la actual Constitución y trabar el debate en el Congreso Nacional" (id.). Es decir, en el fondo, hacer lo mismo que propone la izquierda: quitar el piso a la legitimidad del actual texto constitucional para embarcarse en una operación de cambio total sin que nada se diga acerca de cuál sea aquel. La única diferencia radicaría en el método: en vez de discusión popular e inclusiva, una discusión reservada al Congreso. Es la misma jeringa con distinto bitoque.

Conclusión 

Simplemente reiterar que el objetivo de esta presentación ha sido la de analizar las debilidades que aprecio en el libro de Andrés Allamand. Éste tiene mucho de rescatable y alabable; pero, si no se repara en esas debilidades ellas pueden provocar que hasta las mejores intenciones e ideas naufraguen en el mar del fracaso.

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