LA SALIDA: UN NUEVO LIBRO DE ANDRÉS ALLAMAND
Por Gonzalo Ibáñez Santa María, abogado, Doctor en Derecho y Consejero del Círculo Acton
Intervención en la ceremonia de presentación de este libro en las
dependencias del Club de Viña del Mar el día miércoles 9 de noviembre de
2016
El senador Andrés
Allamand acaba de publicar su nuevo libro La Salida. Su título recuerda
al del anterior, El Desalojo, cuyo objetivo era el de señalar la ruta
para obtener el triunfo de la centro derecha en las elecciones
presidenciales de 2013, lo que en definitiva se logró con el triunfo de
Sebastián Piñera. Ahora, se trata de lograr la salida de la Nueva
Mayoría -que, entretanto, logró recuperar la Presidencia- y que a ella
acceda nuevamente la centro derecha.
El libro está dividido en
tres partes. La primera, dedicada a escudriñar la razón de por qué el
gobierno de Piñera, habiendo sido exitoso en el campo económico, terminó
sin embargo en una derrota aplastante para su sector. La segunda, se
refiere al actual gobierno de Michelle Bachelet y a los errores que ha
cometido; y la tercera, a indicar que esos errores, bien explotados,
pueden provocar la salida de la Nueva Mayoría y su reemplazo por las
fuerzas de ChileVamos o de la centro derecha.
El libro está
constituido por breves capítulos que más que tales, se asemejan a
columnas de opinión de un periódico dando la impresión de que la
sucesión en que se despliegan es más bien arbitraria pudiendo de hecho
intercambiarse entre ellas en muchos casos. Pero, más allá del formato,
me interesa, por supuesto, destacar el contenido de la obra. Y debo
advertir de entrada que lo haré más bien con la mirada de un abogado del
diablo. La obra tiene partes muy logradas; pero, en este caso creo
importante dar una mirada a sus debilidades.
1.- Incitación al aventurismo político
Hay algunos párrafos de la obra que claramente pueden servir de base
para aventuras política que nuestra experiencia enseña que terminan mal.
En primer lugar, las afirmaciones siguientes: ". . .todas la
elecciones presidenciales definen el destino del país" (p. 13); "Todo se
juega en la elección presidencial y parlamentaria de 2017" (p. 187). No
está de más recordar que el haber creído que ese tipo de elecciones
revisten tal carácter definitorio estuvo en la base de la grave crisis
que sufrió el país y que obligó al pronunciamiento militar de 1973.
Hacer la afirmación que comentamos es la que entusiasma a los
aventureros para someter al país a los experimentos más descabellados.
Por eso, es menester recordar que para el destino de un país no es
indiferente quién lo dirija, pero que él de verdad se juega en el
trabajo cotidiano de sus habitantes, en el esfuerzo y en la creatividad
que ellos despliegan. Es al servicio de estos factores que debe estar un
gobierno. Curiosamente, fueron los partidos que estuvieron en la
oposición al gobierno militar y que formaron el conglomerado conocido
como la Concertación, los que mejor entendieron esta lección. Así lo
demostraron en los veinte años en que fueron gobierno en los cuales se
aplicaron con razonable éxito a una buena gestión del país sobre la base
de respetar los fundamentos sobre los cuales el gobierno militar, al
término de su período, lo dejó apoyado, sin pretender para nada
introducirles grandes alteraciones.
Por eso mismo, tampoco es
posible estar de acuerdo con lo que afirma el autor respecto a que el
error de Salvador Allende fue el de haber intentado "cambios
revolucionarios sin contar con un sólido respaldo ciudadano y una
efectiva mayoría política y social" (p.157). La experiencia que hemos
tenido como país exige no olvidar nunca que la legitimidad del ejercicio
del poder se define por la gestión efectiva que se haga de él. Los
cambios que intentó Allende no fueron “revolucionarios” sino que fueron
insensatos y descabellados hasta el punto de no dejarle al país otra
salida que el pronunciamiento militar. No reconocerlo así de nuevo abre
también las puertas al aventurismo político.
2.- Consejos a la centro derecha ¿o nueva versión de los postulados de la izquierda?
En este punto, Allamand expone ciertamente muchas de las ideas que han
sido propias de su sector; pero, también expone otras donde muestra una
cierta dependencia de las ideas que provienen de la izquierda. Por
ejemplo, en el tema de la igualdad Allamad nos pide “asumir la
desigualdad”(p. 76), pero la impresión que deja la lectura de los
párrafos que siguen es más bien la de que, sobre este punto, él asume en
parte al menos el discurso de la izquierda, agrupada en la Nueva
Mayoría. Porque, como ella, él lo hace sin referencia a lo que sí debe
ser la principal preocupación, la justicia, esto es que a cada uno se le
dé lo suyo y que, en caso de bienes y servicios, la sociedad de la cual
todos formamos parte, sea capaz de producir los que son necesarios para
que nadie carezca de lo mínimo para una vida digna de una persona
humana. Es cierto que en la base de la convivencia social debe estar
presente la igual dignidad de todos como personas, lo cual exige un
trato similar, por ejemplo, en el caso, de la aplicación de la ley.
Pero, hemos de tener cuidado, cuando pasamos a otros niveles, de que
poner el acento en la igualdad no ponga en jaque a la justicia: dar a
todos lo mismo versus dar a cada uno lo suyo. No debemos olvidar
aquellos tiempos en que se creía que todos los problemas sociales se
iban a resolver no con crecimiento económico, sino con lo que entonces
se denominaba “la redistribución del ingreso”. Fueron tiempos que
terminaron en el empobrecimiento brutal de la mayoría del país y en el
hecho de que éste cayó en el más ignominioso de los subdesarrollos.
Además, Allamand, como la izquierda, se guarda muy bien de reconocer el
inmenso avance que en los últimos cuarenta años hemos tenido en el
punto del progreso personal y social. Las nuevas carreteras atestadas de
vehículos, son sólo un botón de muestra de ese progreso y de cómo
nuestro país se ha vuelto en uno donde es posible hacer realidad viejos
sueños que antes parecían inalcanzables como era el de un vehículo
propio. Ha sido el resultado de las políticas que Allamand, es cierto,
propone para aumentar el crecimiento; pero ellas están en vigor desde
hace mucho tiempo sin que haya sido necesaria ninguna invocación
demagógica a un mito como es este de la igualdad, tal como la enarbola
la Nueva Mayoría.
Algo similar sucede con el llamado a la
solidaridad. Es cierto que el Estado debe estar preparado y provisto de
recursos para enfrentar emergencias, pero de ahí a convertirse en el
dispensador universal de cuanto bien y servicio alguien pueda pensar,
hay una distancia enorme. El Estado no dispone de recursos propios, por
lo que los que quiera emplear debe extraerlos del cuerpo social. Hacerlo
para prestar servicios bajo el pretexto de que deben ser gratuitos,
como la educación, puede terminar en el peor de los descalabros,
quitando recursos a la inversión y, por ende, a la creación de empleos.
En estos casos suele suceder aquello de que lo que "el Estado da con una
mano, lo quita con la otra. . .".
Respetar, en este sentido,
el carácter subsidiario que debe tener todo Estado no es una cuestión
ideológica sino una condición fundamental para el crecimiento del país y
de sus habitantes. En parte Allamand asume esta premisa, pero en otra
la rechaza, como cuando anuncia su aceptación para que el Transantiago
no sea estatal sólo en su diseño y dirección sino también en su
operación abriendo la puerta para la creación de una empresa aperadora
también de carácter estatal (p. 73). La verdad es que si hay un ejemplo
de cómo el haber dejado de lado la subsidiaridad estatal ha terminado en
el peor desastre para las personas es este del Transantiago; y para el
país, por el costo estratosférico que todos hemos debido asumir. Ojalá
pudiéramos volver a servicios privados de locomoción que por su número y
variedad aseguraran un efectivo y eficiente servicio de movilización
colectiva a todas las personas.
3.- Diversidad y tolerancia
En este punto (pp. 87 y sgtes.), Allamand se queja de que la centro
derecha no ha sido suficientemente inclusiva con la diversidad y pone
como ejemplo lo difícil que fue sacar adelante el Acuerdo de Unión Civil
que favoreciera a las parejas tanto hétero como homosexuales y que debe
abrirse a aceptar en seno a quienes sean partidario de legalizar el
aborto en caso de violación.
Respecto de la homosexualidad es muy
cierto que la sociedad puede y debe ser más inclusiva de lo que lo ha
sido hasta ahora y que debe tomar en cuenta la situación muchas veces
delicada en que viven quienes se inclinan a ella o la practican. Pero,
siendo ese un punto válido no puede ignorarse cómo de a poco y con
creciente velocidad va adquiriendo cuerpo la idea de que en materia de
sexualidad da lo mismo vivirla y practicarla de una manera o de otra,
hasta el punto de que cada uno podría entrar a elegir su sexo. En este
sentido, la preocupación debe estar centrada en la formación de la
juventud de tal manera que por lo menos tenga claro de que no da la
mismo acostarse con un hombre que con una mujer; y sobre este punto nada
dice nuestro autor, validando así el discurso que la izquierda ha
exhibido durante este último tiempo. Quedan también pendientes problemas
acuciantes como son el de la caída de la natalidad, el envejecimiento
de las personas y el aumento exponencial de los casos de violencia
intradoméstica, entre los cuales destacan aquellos que terminan en
femicidio o maltrato infantil.
Respecto del aborto, como dice
Allamand, se podrá aceptar la colaboración para otras tareas de alguien
que lo acepte en tal o cual condición; pero, en atención al debate que,
sobre este punto, sacude a nuestro país, no deja de sorprender que en
este libro nada diga el autor acerca de cuál sea su posición. Casi para
concluir que quien calla, otorga. . .
4.- Hacia una nueva constitución
En este punto, Allamand muestra con razones muy valederas cómo este
tema ha sido artificialmente levantado por la coalición gobernante para
esconder el fracaso de su gestión; cómo, con él, lo que aquella busca,
en buen chileno, es "emborrachar la perdiz"; cómo es de contradictorio
que, después de las transformaciones que la Constitución ha recibido
incluyendo las que le introdujo Presidente Lagos y que le permitieron
señalarla como modelo de constitución democrática, ahora ella sea
presentada como un resabio del autoritarismo militar e indigna de los
derechos humanos. Por eso, se esperaba de él que no cayera en la trampa
que esta maniobra implica; como él mismo lo dice, "no pisar el palito"
(p. 270). Sin embargo, la conclusión es de que lo pisa. Así, él se
pregunta, ¿qué debe hacer la centroderecha? y responde que ella debe
"presentar un completo proyecto de cambio y reforma a la actual
Constitución y trabar el debate en el Congreso Nacional" (id.). Es
decir, en el fondo, hacer lo mismo que propone la izquierda: quitar el
piso a la legitimidad del actual texto constitucional para embarcarse en
una operación de cambio total sin que nada se diga acerca de cuál sea
aquel. La única diferencia radicaría en el método: en vez de discusión
popular e inclusiva, una discusión reservada al Congreso. Es la misma
jeringa con distinto bitoque.
Conclusión
Simplemente
reiterar que el objetivo de esta presentación ha sido la de analizar las
debilidades que aprecio en el libro de Andrés Allamand. Éste tiene
mucho de rescatable y alabable; pero, si no se repara en esas
debilidades ellas pueden provocar que hasta las mejores intenciones e
ideas naufraguen en el mar del fracaso.
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