Hoy
14 de agosto se cumple un nuevo aniversario de la muerte del P.
Maximiliano Kolbe de la Orden de Frailes Menores (o.f.m.) más conocidos
como "franciscanos". Su muerte, el 14 de agosto de 1941 en el Campo de
Concentración de Auschwitz, al lado de Cracovia en Polonia, constituyó
una expresión de la más terrible crueldad e inhumanidad.
Recordemos que el 3 de septiembre de 1939, la Alemania de Hitler
invadió Polonia dando origen así a la enorme tragedia que fue la Segunda
Guerra Mundial. En la fecha que hoy recordamos los ejércitos alemanes
avanzaban raudos por las estepas rusas precedidos por una fama de total
invencibilidad. Todo el mundo estaba atento a las noticias del frente y
nadie sabía ni se preocupaba de lo que estaba sucediendo al interior de
los países derrotados por las fuerzas invasoras. De hecho, los campos
habilitados, en principio, para recibir a prisioneros de guerra, fueron
rápidamente ocupados por gente que ahí caía por los más diversos
motivos; en especial, víctimas de una política de implacable racismo,
sobre todo cuando se trataba de miembros de la comunidad judía.
Auschwitz fue uno de esos campos, tal vez el más tristemente famoso. En
él cayó, junto a miles de sus compatriotas, el P. Kolbe. Este, aunque
polaco por el lado de su madre, era de origen alemán, por el lado del
padre. De nada le sirvió.
La vocación y el ministerio
sacerdotal del P. Kolbe estuvieron marcados por una profunda devoción
mariana que él volcó sobre todo en el trabajo con la juventud. Fue, sin
duda, lo que le acarreó problemas con los invasores desde el primer
momento y lo que en definitiva lo llevó como prisionero a Auschwitz. Su
martirio es bien conocido. Habiéndose fugado uno de los prisioneros, sin
que fuera posible recapturarlo, la autoridad del campo ordenó dar
muerte, como represalia, a diez de los otros prisioneros elegidos al
azar. Uno de ellos, al oír su nombre, clamó desesperado qué iba a ser de
sus hijos y de su esposa. Fue entonces que el P. Kolbe, que estaba
cerca, y que no había sido elegido, dio un paso al frente y pidió que,
en vez de aquel, fuera él a quien tomaran y dieran muerte. Después de
algunas vacilaciones, el oficial alemán aceptó y fue así como el P.
Kolbe y los otros nueve prisioneros fueron llevados al lugar de su
suplicio, una cámara donde fueron dejados para que murieran de hambre.
Sin embargo, él y otros dos prisioneros resistieron más allá del plazo
estipulado por lo que les fue inyectada una sustancia tóxica que sí les
causó la muerte. De esta manera el P. Kolbe dio testimonio de lo que
Cristo en su momento enseñó y que, más adelante, practicó: "No hay amor
más grande que éste: dar la vida por sus amigos" (Jn 15, 13).
Beatificado por el Papa Paulo VI, fue canonizado por su compatriota el Papa Juan Pablo II el 10 de octubre de 1982.
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