miércoles, 18 de enero de 2017

¿CONVIENE EDUCAR AL NIÑO EN ALGUNA RELIGIÓN?

 




GILBERT K. CHESTERTON: Escritor inglés, nació en 1874 y falleció en 1936 a los 62 años de edad. Agudo observador de los acontecimientos por donde transcurría su vida, los describió y analizó en sus escritos y ensayos mostrando sobre todos las distintas paradojas y contradicciones que los cruzaban. Agnóstico en su juventud, fue, sin embargo, acercándose paulatinamente a Dios. Integró la Iglesia anglicana, pero ésta estuvo lejos de satisfacer una religiosidad que se había vuelto muy profunda. En definitiva, en 1922 se convirtió al catolicismo, fe en la cual perseveró y murió. De ella se hizo, por lo demás, uno de los principales a apologistas en la Inglaterra de su época.

ARTÍCULO: ¿CONVIENE EDUCAR AL NIÑO EN ALGUNA RELIGIÓN?

He aquí una frase que oí el otro día a una persona muy agradable e inteligente, y que cientos de veces he oído a cientos de personas. Una joven madre me dijo: «No quiero enseñarle ninguna religión a mi hijo. No quiero influir sobre él; quiero que la elija por sí mismo cuando sea mayor.»

Ése es un ejemplo muy común de un argumento corriente, que se repite con frecuencia, y que, sin embargo, nunca se aplica de manera verdadera. De hecho, la madre siempre estará influyendo sobre su hijo. Así, ella podría haber dicho : «Espero que escogerá sus propios amigos cuando crezca; por eso no quiero presentarle ni a primas ni a primos.» La persona adulta en ningún caso puede, por lo mismo, escaparse a la responsabilidad de influir sobre el niño; ni siquiera cuando se impone la enorme responsabilidad de no hacerlo. La madre puede educar al hijo sin elegirle una religión; pero no sin elegirle un medio ambiente. Si ella opta por dejar a un lado la religión, está escogiendo ya el medio ambiente; y además, un medio ambiente funesto y contranatural. La madre, para que su hijo no sufra la influencia de supersticiones y tradiciones sociales, tendrá que aislarlo en una isla desierta y allí educarlo. Pero la madre está escogiendo la isla, el lago y la soledad; y, es tan responsable por obrar así como si hubiera escogido la secta de los mennonitas o la teología de los mormones.

Es del todo evidente, dicen, para quien piense durante dos minutos, que la responsabilidad de encauzar la infancia pertenece al adulto, por la relación existente entre éste y el niño, completamente aparte de las relaciones de religión e irreligión. Pero la gente que repite la cantinela que comentamos no piensa ni siquiera dos minutos. . . .Nunca piensan en extraer esas diez o doce palabras de su contexto convencional y tratar de aplicarlas a cualquier otro contexto. . . Igualmente podría haber personas que se resistieran a educar a los hijos en su propia civilización. Si el niño cuando sea mayor, puede preferir otro credo, es igualmente cierto que puede preferir otra cultura. Puede molestarse por no haber sido educado como un buen sueco burgués. . . y, de la misma manera, puede lamentar haber sido educado como un caballero inglés y no como un beduino salvaje del desierto. Puede (con la ayuda de una buena educación geográfica), mientras examina el mundo desde China al Perú, sentirse envidioso por la dignidad del código de Confucio o llorar sobre las ruinas de la gran civilización incaica. Pero, evidentemente, alguien ha tenido que educarlo para llegar a ese estado de lamentar tal o cual cosa; y la responsabilidad más grave de todas es tal vez la de no guiar al niño hacia ningún fin.

Charlas, II, Acerca de las nuevas ideas (Obras completas I, Ed. Plaza Janés, p. 1099-1100).

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