LOS ESCRIBAS Y LOS FARISEOS (Y JUDAS ISCARIOTE) TAMBIÉN TENÍAN UNA TAREA DE ESTADO
El Ministro del Interior Mario Fernández es un militante
democratacristiano y confeso católico. Sin embargo, ha apoyado el
proyecto del ley destinado a legalizar la práctica del aborto en tres
casos a pesar de la evidencia de que se trata de un crimen y de la
consiguiente condena por parte de la
Iglesia a quienes lo apoyen. La senadora Goic, de ese mismo partido, ha
concretado tal apoyo al votar favorablemente el proyecto en la Comisión
de Salud del Senado.
Para justificar su posición, Fernández ha
sostenido que "este (el de Chile) es un estado laico y por supuesto
todos tenemos convicciones y debemos ser muy fieles a ellas; pero, yo
estoy realizando una tarea de Estado, en un Estado en que hay separación
con la Iglesia". Es decir, para Fernández, la tarea del Estado, porque
es laico, sería la de permitir y colaborar con el asesinato de los
chilenos más débiles y más inocentes. Y, porque está realizando esa
tarea él, Ministro del Interior, se vería exento de cumplir con lo que
la Iglesia enseña desde tiempos inmemoriales: No Matar. Sorprendente
raciocinio, por decir lo menos, que abre la puerta desde luego para que,
en atención al carácter laico de nuestra sociedad, esta legalización se
amplíe indefinidamente hasta el punto de que el crimen pueda dominar
sin contrapeso. Después de eso, todo podría llegar a estar permitido.
A pesar de lo sorprendente de este raciocinio, no debemos
sorprendernos, pues él fue esgrimido por un grupo de los máximos
criminales que recuerda la historia: los escribas y fariseos que
llevaron a Cristo a la cruz. Y, con ellos, Judas Iscariote. De hecho, la
presencia de Cristo amenazaba el poder que ejercían en las conciencias
de quienes formaban parte del mundo israelita de la época. Por eso, no
vacilaron en alegar una tarea de Estado para pedir a Pilatos la muerte
de Cristo: aunque éste enseñaba que su reino no era de este mundo, se
proclamaba rey y ponía en peligro el reinado de César.
Fernández y Goic juegan en esta pantomima de legislación el mismo papel
que Judas Iscariote jugó en el simulacro de juicio que condenó a Cristo.
Y las treinta monedas que cobró Judas son ahora el reconocimiento de
los grupos políticos que apuntan a construir un mundo al margen de la
ley de Dios y en el cual ellos tengan todo el poder. El ansia de
participar de este poder pasa por sobre cualquier otra consideración.
Permitir, incentivar y aun financiar el asesinato de esas criaturas
constituye un paso decisivo en el proceso de emancipación en que se
encuentran tales grupos para hacer de la voluntad de ellos la norma
rectora del ejercicio de la libertad, expulsando de la comunidad humana
todo lo que huela a ley de Dios expresada en la naturaleza de las cosas.
Por eso, nada les importa que la ciencia y el sentido común
reiteradamente demuestren el carácter humano de tales criaturas. De
ahora en adelante son ellos los que definen qué es lo bueno y qué es lo
malo. Y para que a nadie le quede ninguna duda, esta ley así lo
demuestra.
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