"Valparaíso Chile during the bombardment by the admiral Méndez Núñez". Óleo sobre tela por William Gibbons |
El día 24 de marzo de 1866, la flota española llegó a la altura de Valparaíso y su jefe, el Brigadier Casto Méndez Núñez procedió a despachar un nuevo ultimátum al Gobierno de Chile exigiendo satisfacción por las ofensas recibidas, un saludo a la bandera española y la devolución de la goleta Covadonga tanto como la liberación de su tripulación hecha prisionera después de que ella fuera tomada por la corbeta Esmeralda a la altura de Papudo el anterior 26 de noviembre de 1865. El gobierno chileno rechazó de plano el ultimátum y, entonces, el jefe español anunció el bombardeo.
Surtos en la bahía se encontraban divisiones de la Marina inglesa como también de la Marina de los EE.UU. Los jefes de ambas se dirigieron al Brigadier Méndez Núñez y le hicieron ver la atrocidad que iba a cometer. El puerto de Valparaíso estaba completamente desarmado frente a una contingencia como esa, por lo que la acción española iba a terminar en una carnicería. Le ofrecieron a cambio organizar y patrocinar una especie de duelo naval entre las dos flotas contendientes, pero en igualdad de condiciones por lo cual la escuadra española debía reducirse de manera considerable. Méndez Núñez rechazó esta posibilidad: siendo inmensamente más poderoso, no podía arriesgar el destino de su misión en una aventura en la que, por compromiso, debía privarse del uso de sus buques más importantes. Por lo tanto, insistió en que iba a bombardear el puerto. Los almirantes de las flotas inglesa y norteamericana le notificaron entonces que ellos intervendrían con sus respectivas fuerzas para evitar la destrucción de Valparaíso. A la sazón, éste era un puerto muy importante para ambas potencias, pues les servía de base de operaciones en todo el sector del Pacífico sur este. Era la última carta que podía impedir el desastre.
Méndez Núñez, sin embargo, no se arredró y no retrocedió y así lo hizo saber al parecer con una lacónica comunicación: "La reina, el Gobierno, el país y yo preferimos más tener honra sin barcos, que barcos sin honra". Y sucedió lo impensado, los almirantes de las flotas inglesa y norteamericana sí retrocedieron y dejaron la vía libre para proceder. Sin duda, ni ellos se sintieron capaces de enfrentar a la flota española que exhibía a su frente al acorazado Numancia, tal vez uno de los buques más poderosos de la época. La población, entretanto, temiendo lo peor comenzó varios días antes a abandonar la ciudad, de modo que al llegar el fatídico día del 31 de marzo de ese año, ella estaba prácticamente deshabitada. Al amanecer, la fragata Numancia se adentró en el puerto y a las 8:00 a.m. disparó un primer cañonazo de aviso, al oír el cual los pocos habitantes que quedaban se fueron a los cerros y las iglesias, hospitales y escuelas izaron banderas blancas para que los fuegos no se dirigieran a ellos. La Numancia se retiró, pero una hora después, a las 9:00 a.m. se aproximaron los otros buques españoles y comenzaron el bombardeo. Este duró tres horas durante las cuales se dispararon más de 2.500 granadas que, por supuesto, destruyeron buena parte de la ciudad. Tal vez la pérdida más sentida fue la de los almacenes fiscales construidos poco tiempo antes y que constituían una pieza fundamental en la operación portuaria. A las 9:20 a.m. una bala dio en el reloj de la Intendencia que se detuvo instantáneamente dejando así constancia del instante en el cual fue impactado. Esta reliquia mucho tiempo arrumbada en el Museo Histórico en Santiago, hoy se exhibe con la debida solemnidad en el Museo Marítimo Nacional de Valparaíso. No hubo bajas personales, pues la ciudad se encontraba, como lo hemos dicho, deshabitada.
Terminado su "trabajo" la flota española abandonó Valparaíso y, poco después, la costa chilena y se dirigió, sin volver nunca más, a Callao para proceder también a bombardearlo, cosa que intentó el día 2 de mayo. Pero, el resultado fue muy diferente, porque El Callao se había preocupado de estar bien defendido por numerosas piezas de artillería cuyo fuego cubría toda la bahía. Por eso, el jefe español, después de iniciado el cañoneo pudo apreciar como éste era respondido por el de tierra de manera muy eficaz alcanzando con sus proyectiles a los barcos españoles. Dio por lo tanto por cumplida su misión y, navegando hacia el oeste, atravesó los océanos Pacífico e Indico. De esta manera, para volver a España sin regresar por el mucho más corto camino del Cabo de Hornos o del Estrecho de Magallanes, tuvo que dar la vuelta al mundo. Fu el epílogo de una aventura insensata que costó al ya enflaquecido erario español una verdadera fortuna que se costeó con el endeudamiento de varias generaciones de españoles y la pobreza de todo el país.
Surtos en la bahía se encontraban divisiones de la Marina inglesa como también de la Marina de los EE.UU. Los jefes de ambas se dirigieron al Brigadier Méndez Núñez y le hicieron ver la atrocidad que iba a cometer. El puerto de Valparaíso estaba completamente desarmado frente a una contingencia como esa, por lo que la acción española iba a terminar en una carnicería. Le ofrecieron a cambio organizar y patrocinar una especie de duelo naval entre las dos flotas contendientes, pero en igualdad de condiciones por lo cual la escuadra española debía reducirse de manera considerable. Méndez Núñez rechazó esta posibilidad: siendo inmensamente más poderoso, no podía arriesgar el destino de su misión en una aventura en la que, por compromiso, debía privarse del uso de sus buques más importantes. Por lo tanto, insistió en que iba a bombardear el puerto. Los almirantes de las flotas inglesa y norteamericana le notificaron entonces que ellos intervendrían con sus respectivas fuerzas para evitar la destrucción de Valparaíso. A la sazón, éste era un puerto muy importante para ambas potencias, pues les servía de base de operaciones en todo el sector del Pacífico sur este. Era la última carta que podía impedir el desastre.
Méndez Núñez, sin embargo, no se arredró y no retrocedió y así lo hizo saber al parecer con una lacónica comunicación: "La reina, el Gobierno, el país y yo preferimos más tener honra sin barcos, que barcos sin honra". Y sucedió lo impensado, los almirantes de las flotas inglesa y norteamericana sí retrocedieron y dejaron la vía libre para proceder. Sin duda, ni ellos se sintieron capaces de enfrentar a la flota española que exhibía a su frente al acorazado Numancia, tal vez uno de los buques más poderosos de la época. La población, entretanto, temiendo lo peor comenzó varios días antes a abandonar la ciudad, de modo que al llegar el fatídico día del 31 de marzo de ese año, ella estaba prácticamente deshabitada. Al amanecer, la fragata Numancia se adentró en el puerto y a las 8:00 a.m. disparó un primer cañonazo de aviso, al oír el cual los pocos habitantes que quedaban se fueron a los cerros y las iglesias, hospitales y escuelas izaron banderas blancas para que los fuegos no se dirigieran a ellos. La Numancia se retiró, pero una hora después, a las 9:00 a.m. se aproximaron los otros buques españoles y comenzaron el bombardeo. Este duró tres horas durante las cuales se dispararon más de 2.500 granadas que, por supuesto, destruyeron buena parte de la ciudad. Tal vez la pérdida más sentida fue la de los almacenes fiscales construidos poco tiempo antes y que constituían una pieza fundamental en la operación portuaria. A las 9:20 a.m. una bala dio en el reloj de la Intendencia que se detuvo instantáneamente dejando así constancia del instante en el cual fue impactado. Esta reliquia mucho tiempo arrumbada en el Museo Histórico en Santiago, hoy se exhibe con la debida solemnidad en el Museo Marítimo Nacional de Valparaíso. No hubo bajas personales, pues la ciudad se encontraba, como lo hemos dicho, deshabitada.
Terminado su "trabajo" la flota española abandonó Valparaíso y, poco después, la costa chilena y se dirigió, sin volver nunca más, a Callao para proceder también a bombardearlo, cosa que intentó el día 2 de mayo. Pero, el resultado fue muy diferente, porque El Callao se había preocupado de estar bien defendido por numerosas piezas de artillería cuyo fuego cubría toda la bahía. Por eso, el jefe español, después de iniciado el cañoneo pudo apreciar como éste era respondido por el de tierra de manera muy eficaz alcanzando con sus proyectiles a los barcos españoles. Dio por lo tanto por cumplida su misión y, navegando hacia el oeste, atravesó los océanos Pacífico e Indico. De esta manera, para volver a España sin regresar por el mucho más corto camino del Cabo de Hornos o del Estrecho de Magallanes, tuvo que dar la vuelta al mundo. Fu el epílogo de una aventura insensata que costó al ya enflaquecido erario español una verdadera fortuna que se costeó con el endeudamiento de varias generaciones de españoles y la pobreza de todo el país.
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