El Padre Felipe Berríos s.j. y la defensa de la vida y de la madre de cara a la pretensión de legalizar el aborto.
A propósito del debate que ha provocado la iniciativa del gobierno de
legalizar la comisión del aborto, conviene traer a colación uno de los
textos más lúcidos que se hayan escrito acerca de esta materia.
Corresponde a un artículo del Padre Felipe Berríos s.j. que nos
complacemos en reproducir.
Gonzalo Ibáñez S.M.
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UNA MUERTE QUE CONTAGIA
por el P. Felipe Berríos s.j.
Al finalizar 2006, Inglaterra y el mundo entero se vieron sorprendidos
por la noticia del envenenamiento de un ex-espía de la KGB. Para
eliminarlo, inadvertidamente se le habría hecho ingerir una sustancia
radiactiva, el Polonio 210. Una pequeñísima dosis de ese inodoro e
incoloro radioactivo bastó para que todo tratamiento aplicado haya sido
insuficiente y terminara con la muerte del ex-espía de 43 años. Pero, el
material radioactivo no sólo tuvo efecto en él, sino que también
contagió a las personas con quien tuvo contacto como también los lugares
que frecuentó. La Agencia de Protección Sanitaria reveló que más de 450
personas llamaron para pedir asistencia, pero que sólo 18 fueron
investigadas más en profundidad y que no revestirían peligro de muerte.
Mientras la investigación de este crimen aun ronda, paralelamente en
nuestro país pequeños sectores de la sociedad plantean el aborto como un
derecho de la madre. Todo ser humano tiene derecho a la vida
independientemente de cómo se gestó, aun si la persona de quien depende
para subsistir, mientras está en su vientre, no lo desea. La sociedad
debe reconocerle ese derecho -al igual que lo hizo con todos quienes
hemos nacido- y usar todos los medios necesarios para garantizarle la
vida.
Pero, en este texto, sólo quiero centrarme en el
planteamiento del aborto como "solución" de un "problema". Matar con el
aborto es muy semejante a matar con el Polonio 210. Pues no sólo se mata
a quien se desea eliminar, sino que también, al igual que la sustancia
radioactiva, sigue en el tiempo matando a la madre y a quienes la
rodean. Como muchos sacerdotes, me ha tocado aplicar como un "antídoto" a
esta expansión radioactiva del aborto el perdón de Dios. Un perdón que
no sólo lo da Dios sino también la creatura que fue eliminada y que
ahora en El subsiste y que, como todo hijo, no quiere seguir viendo
sufrir a su madre.
Como si hubieran ingerido una sustancia
radioactiva, tres son los síntomas que a través del tiempo me ha tocado
detectar en mujeres que están "contaminadas con el aborto". El más común
de todos es quedar de nuevo y lo más pronto posible embarazada y así,
de alguna manera, borrar lo anterior. Otro síntoma es que la mujer se
castiga a sí misma ya sea engordando o adelgazando mucho, rapándose la
cabeza o directamente auto agrediéndose corporalmente.
Pero,
tal vez el síntoma más difícil de detectar, por ser el más sutil, es
aquel en el cual la mujer, una vez realizado el aborto, pareciera que
sigue su vida normalmente. Aparentemente ha racionalizado lo vivido y lo
justifica. En otros casos, acudirá a un tratamiento psicológico o
pedirá el perdón de Dios. Pero, al igual que el Polonio 210, el aborto
la seguirá dañando y no le permitirá perdonarse o aceptar el perdón.
Entonces, seguirá su vida en apariencia normal, pero todo lo contaminará
con un profundo sentimiento de que no debe gozar, no debe ser ni hacer
feliz a nadie.
La semejanza del aborto a una sustancia
radioactiva está en que no sólo mata a la víctima directa sino que se
expande a la madre y al final a toda la sociedad.
Antes de
morir, el ex-espía de la KGB crudamente dijo "quiero sobrevivir sólo
para mostrarles a esos bastardos que lograron atraparme, pero no
atraparán a todo el mundo". Cuantos abortados quisieran sobrevivir no
para vengarse de sus madres, sino para decirles que ellos las perdonan
de todo corazón, pues ambos son víctimas del mismo crimen del cual la
sociedad, de alguna manera, también es cómplice.
(Publicado en Revista El Sábado N° 438, p. 23, del 10 de febrero de 2007).
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