Primera Junta de Gobierno de 18 de septiembre de 1810
Mañana celebraremos un nuevo aniversario de la independencia de nuestra
patria. Hace 206 años comenzamos nuestro proceso de emancipación de la
corona española que culminó, como se sabe, el 12 de febrero de 1818 con
la declaración formal y definitiva de independencia. Un importante
núcleo de quienes entonces habitaban Chile
llegó a la conclusión de que estábamos suficientemente constituidos
como nación como para gobernarnos a nosotros mismos y que no
necesitábamos para nada seguir ligados a los dominios de la corona
española. Ciertamente, esa pertenencia a la corona había sido
fundamental para constituirnos como nación y desconocerlo sería una
muestra de ingratitud y de injusticia con aquellos que dejaron sus
esfuerzos y sus vidas durante casi trescientos años para que
alcanzáramos la mayoría de edad. Sobre la base de ese esfuerzo y de ese
sacrificio, llegamos a esa edad y, por lo mismo, fue natural entonces
que pensásemos y actuásemos en pos de la independencia. Los traumas que
ésta significó de ninguna manera nos pueden hacer olvidar nuestro pasado
y, lo que es más importante, nuestras raíces afincadas en la herencia
de la hispanidad.
Por todo esto, no puede dejar de llamar la
atención que 206 años después de reconocernos constituidos como nación y
habiendo dado con éxito el paso a la independencia, la historia nos
sorprenda discutiendo si debemos darnos una nueva constitución. ¿Es que
ya no estamos constituidos? Muchos argumentarán que no se trata de eso y
que por Constitución entendemos ahora una ley algo más importantes que
las otras, que establece las bases de una convivencia que ya existe;
que, de ninguna manera, se trata de una constitución real a partir de
cero. Pero, los nombres no se dan en vano.
Sobre todo , cuando
éste cae en manos de gente, como la que ahora nos gobierna, tan dominada
por los complejos ideológicos. Por ejemplo, ya no se trata, como ha
sido la tradición de Occidente, de hacer imperar la justicia dando a
cada uno lo suyo en bienes, cargas, cargos, honores, penas, sino de
hacer imperar la una utópica "igualdad", para lo cual no vacilan en
destruir -para eso están las retroexcavadoras- lo que con tanto
esfuerzo hemos avanzado en los últimos cuarenta años.
Es cierto
que algo de esta mentalidad que apunta a refundar el país ha estado más
o menos presente en los ensayos constitucionales a que se ha visto
sometido el país en su historia; pero nunca en el grado en que lo vemos
ahora. La destrucción de la familia, la muerte de los inocentes y las
trabas al emprendimiento personal como motor del progreso de todos son,
entre otros, postulados que están a la orden del día en el proyecto del
gobierno. Ellos van en directa colisión con los que han sido los
fundamentos reales de nuestra comunidad.
Un nuevo aniversario
de la patria independiente es, sin duda, ocasión privilegiada y motivo
suficiente para reflexionar acerca de lo que ella ha sido, de lo que
ella es y también acerca de su futuro.
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