En
un día como hoy, pero de 1978, falleció el Papa Paulo VI, nacido como
Gian Battista Montini y así terminó uno de los pontificados más
controvertidos de los últimos años de la Iglesia Católica. A él le
correspondió suceder a S.S. Juan XXIII (hoy día San Juan XXIII) el día
21 de junio de 1963 quien, poco antes, había de convocado al Concilio
Ecuménico Vaticano II en 1981. Estando
éste, pues, en plena realización, se produjo el cambio de Papa. A Paulo
VI le correspondió terminarlo y proceder a la aplicación de sus
resoluciones. Pero, le correspondió asimismo hacer frente a las oleadas
de revolución que llegaron a golpear las puertas de la Iglesia. La mal
denominada Teología de la Liberación y movimientos como el de los
Cristianos para el Socialismo encontraron su origen en esas
circunstancias. También debió hacer frente a sectores que bajo el
pretexto de defensa de las tradiciones de la Iglesia se negaban a acatar
muchas de las resoluciones y textos del Concilio, como la Declaración
sobre la Libertad Religiosa. Y que se opusieron a los cambios
litúrgicos, en especial referentes a la Misa y al uso de las lenguas
vernáculas. Su principal figura fue Monseñor Marcel Lefevbre.
Este Papa inició los viajes al extranjero que, después, continuó con
tanto éxito Juan Pablo II. Hizo suyas muchas de las preocupaciones
contingentes del momento y que expresó, entre otros documentos, en su
encíclica Popolorum Progressio. Pero. también asumió una resuelta
posición frente al uso de los anticonceptivos artificiales que
comenzaban a ser distribuidos masivamente. Contrariando la opinión de la
comisión designada para estudiar las consecuencias morales de su uso,
Paulo VI promulgó en 1968 su famosa encíclica Humanae Vitae que, no más
vio la luz, recibió andanadas de ataques porque su posición fue clara y
precisa:
"En conformidad con estos principios fundamentales de
la visión humana y cristiana del matrimonio, debemos una vez más
declarar que hay que excluir absolutamente, como vía lícita para la
regulación de los nacimientos, la interrupción directa del proceso
generador ya iniciado, y sobre todo el aborto directamente querido y
procurado, aunque sea por razones terapéuticas.
Hay que excluir
igualmente, como el Magisterio de la Iglesia ha declarado muchas veces,
la esterilización directa, perpetua o temporal, tanto del hombre como
de la mujer; queda además excluida toda acción que, o en previsión del
acto conyugal, o en su realización, o en el desarrollo de sus
consecuencias naturales, se proponga, como fin o como medio, hacer
imposible la procreación.
Tampoco se pueden invocar como razones
válidas, para justificar los actos conyugales intencionalmente
infecundos, el mal menor o el hecho de que tales actos constituirían un
todo con los actos fecundos anteriores o que seguirán después y que por
tanto compartirían la única e idéntica bondad moral. En verdad, si es
lícito alguna vez tolerar un mal moral menor a fin de evitar un mal
mayor o de promover un bien más grande, no es lícito, ni aun por razones
gravísimas, hacer el mal para conseguir el bien, es decir, hacer objeto
de un acto positivo de voluntad lo que es intrínsecamente desordenado y
por lo mismo indigno de la persona humana, aunque con ello se quisiese
salvaguardar o promover el bien individual, familiar o social. Es por
tanto un error pensar que un acto conyugal, hecho voluntariamente
infecundo, y por esto intrínsecamente deshonesto, pueda ser cohonestado
por el conjunto de una vida conyugal fecunda."
Paulo VI
fundamentó su conclusión recordando que el fin unitivo y el fin
procreativo del acto sexual son inseparables, por lo que la negación de
este último fin rebaja a las personas, termina destruyendo el amor
conyugal, provoca un descenso apabullante de los nacimientos y convierte
a la sexualidad en un juguete abierto a los usos más aberrantes. Los
hechos no han dejado de dar la razón al Pontífice. Especialmente en
nuestra patria.
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