Hace
unos días, en entrevista dada a El Mercurio (5/6/16) el ex-Presidente
Ricardo Lagos hizo un manifiesto a la Nación, enunciando los principios
que, a su juicio, deberían servir de base a una acción de gobierno que
apunte a unir a los chilenos en torno a un proyecto común de futuro. Lo
hizo, sin duda, alarmado por la situación de crisis que parece haberse
instalado al interior del mismo
Gobierno, pero también de la coalición de partidos que lo apoyan. Las
enormes discusiones que se producen al interior de ambas instancias, las
desafecciones y la multiplicación de descalificaciones mutuas ha
aumentado a un nivel francamente peligroso para la estabilidad del
gobierno y para las posibilidades de esa Nueva Mayoría de seguir en el
Gobierno. Y, lo más grave, la proyección de esa crisis al país en su
conjunto: decaimiento general, caída de las inversiones, aumento del
desempleo, impunidad para la delincuencia que, entre otros ejemplos, se
manifiestan en la escasa aprobación y la alta desaprobación de la
gestión gubernamental.
Desde luego, la misma propuesta de Lagos encontró las más duras críticas en las filas de la Nueva Mayoría. La diputada Camila Vallejos y otros tildaron al ex-Presidente como personaje del pasado y afirmaron que el modelo que lo inspiró "hacía agua" por todos lados. Lo cierto es que lo que hace agua es la misma Nueva Mayoría y éste, su primer gobierno.
Los sucesos del 21 de mayo, la decisión de la Presidenta de querellarse contra un medio de comunicación por sentir que su honra había sido profanada y varios desacuerdos legislativos han puesto las relaciones interiores del conglomerado gobernante en estado de máxima tensión. Probablemente constituyeron la gota que rebalsó el vaso de la paciencia del Ministro del Interior hasta el punto de que éste, sorpresivamente, presentó su renuncia después de apenas trece meses de ejercicio del cargo. Fue sintomático que durante todo ese tiempo nunca Jorge Burgos pudiera montar una relación eficiente -no digo cordial, porque es mucho pedir- con el grupo de asesores de la Presidencia que se ubica en el segundo piso del Palacio de La Moneda. El principal ejemplo lo constituyó ese fantástico viaje a La Araucanía que hizo la Presidenta a espaldas de su Ministro. Ella nunca se jugó por respaldarlo sino que, en el mejor de los casos, trató de navegar entre dos aguas. Al final, el resultado que conocemos y el agua que entra a raudales en el barco del gobierno y de sus partidos.
¿Será capaz el nuevo MInistro, Mario Fernández, de sacarlos de este embrollo? Harto caudal se ha hecho acerca de sus diferencias con el oficialismo en materias valóricas claves. ¿Qué pasará por su conciencia de cara a la validación del aborto? El meollo de su gestión va a estar constituido por las relaciones que pueda tejer con el poderoso segundo piso. Y, en este punto, veo muy difícil -pensando en cómo es la Presidenta- que tenga un mejor resultado que Burgos. A no ser que, de entrada, acepte convertirse en un mero monigote. Lo cual, personalmente, no lo descarto.
Desde luego, la misma propuesta de Lagos encontró las más duras críticas en las filas de la Nueva Mayoría. La diputada Camila Vallejos y otros tildaron al ex-Presidente como personaje del pasado y afirmaron que el modelo que lo inspiró "hacía agua" por todos lados. Lo cierto es que lo que hace agua es la misma Nueva Mayoría y éste, su primer gobierno.
Los sucesos del 21 de mayo, la decisión de la Presidenta de querellarse contra un medio de comunicación por sentir que su honra había sido profanada y varios desacuerdos legislativos han puesto las relaciones interiores del conglomerado gobernante en estado de máxima tensión. Probablemente constituyeron la gota que rebalsó el vaso de la paciencia del Ministro del Interior hasta el punto de que éste, sorpresivamente, presentó su renuncia después de apenas trece meses de ejercicio del cargo. Fue sintomático que durante todo ese tiempo nunca Jorge Burgos pudiera montar una relación eficiente -no digo cordial, porque es mucho pedir- con el grupo de asesores de la Presidencia que se ubica en el segundo piso del Palacio de La Moneda. El principal ejemplo lo constituyó ese fantástico viaje a La Araucanía que hizo la Presidenta a espaldas de su Ministro. Ella nunca se jugó por respaldarlo sino que, en el mejor de los casos, trató de navegar entre dos aguas. Al final, el resultado que conocemos y el agua que entra a raudales en el barco del gobierno y de sus partidos.
¿Será capaz el nuevo MInistro, Mario Fernández, de sacarlos de este embrollo? Harto caudal se ha hecho acerca de sus diferencias con el oficialismo en materias valóricas claves. ¿Qué pasará por su conciencia de cara a la validación del aborto? El meollo de su gestión va a estar constituido por las relaciones que pueda tejer con el poderoso segundo piso. Y, en este punto, veo muy difícil -pensando en cómo es la Presidenta- que tenga un mejor resultado que Burgos. A no ser que, de entrada, acepte convertirse en un mero monigote. Lo cual, personalmente, no lo descarto.
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