jueves, 2 de marzo de 2017

11 de septiembre de 1973 EL DERECHO A SER BIEN GOBERNADO

 





San Isidoro de Sevilla escribió a fines del siglo VI una obra denominada "Etimologías", una especie de enciclopedia de la época, y en ella consigna, a propósito del único tipo de gobierno practicado en la época, esto es, de los reyes, que "rex eris si recte facies; si non facies, non eris". Es decir, "rey serás si gobiernas rectamente; si así no lo haces, no lo serás". Ya romanos como Cicerón habían expresado algo semejante: ninguna autoridad por alta que sea y cualquiera sea el título que revista puede aspirar a ser obedecida si no hace un buen gobierno que tienda, dentro de la justicia, al bien común de todos quienes forman parte de la comunidad puesta a su cuidado. No le basta a la ley, para ser válida, emanar de la voluntad de quien detenta el poder, sino, además, apuntando a ese fin, ha de ser expresión de la prudencia y del buen sentido.

No han faltado, por supuesto, doctrinas que han afirmado lo contrario. Por ejemplo en el siglo XVII, la que a la pregunta "qué es la ley", respondía "la voluntad del rey". A ella, le siguieron en rápida sucesión, las que afirmaban que para ser válida la ley debía ser la expresión de la "voluntad general" o de la "voluntad del proletariado" o de "la voluntad de la raza". En todos estos casos, una determinada voluntad que, por el solo hecho de ser tal, se constituía en la fuente de toda legitimidad sin referencia a ninguna realidad que diera sentido al ejercicio de esa voluntad. Más grave aún, esas voluntades estaban destinadas a ser recogidas por un oráculo que se suponía las manifestaba de manera infalible y frente al cual sólo cabía la más total sumisión. Fue el caso de Lenin y de Stalin, como también de Hitler, Mao-tse-tung o Fidel Castro. Ya sabemos en qué grado de desastre terminaron los regímenes que ellos encabezaron.

Fue perfectamente natural que, cuando Chile se vio amenazado de correr similar suerte, brotara en el seno del país una enorme preocupación por el futuro y no se escatimara esfuerzo para evitar el desastre. Sin embargo, todo fue inútil. Quien a la sazón ejercía el poder, Salvador Allende, demostró estar empecinado en su decisión de hacer padecer a Chile un experimento marxista que, en definitiva, terminó por arruinar al país, por dividirlo y por ponerlo en trance o de hacer frente a una guerra civil o de someterse como estaban sometidos los pueblos que tuvieron la desgracia de caer en regímenes como el que él propugnaba.

Fue en esa circunstancia que apareció como último recurso la apelación a las Fuerzas Armadas y Carabineros para que impidieran este desastre. Fue lo que el país hizo a través del acuerdo del 22 de agosto de 1973 de la Cámara de Diputados. Haciéndose eco del clamor ciudadano, dichas Fuerzas decidieron intervenir. Como reconocerá más tarde Patricio Aylwin, alto dirigente de la Democracia Cristiana, los soldados salvaron a Chile. Entonces quedó demostrado que la democracia puede para algunos ser el derecho legítimo a gobernar un país, pero también que para la inmensa mayoría, que no aspira ni puede de hecho gobernar, ella simplemente no es otra cosa que el derecho a ser bien gobernado, a exigir ser bien gobernado y, en caso extremo, a darse un buen gobierno.

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