La
noticia del terrible crimen masivo cometido al interior de una
discoteca en Orlando, USA, nos ha impactado a todos. Especialmente a los
chilenos que todavía estamos bajo el efecto del atentado sufrido por
una imagen de Cristo crucificado y por la invasión de que fue víctima la
Iglesia de la Gratitud Nacional en Santiago. Más allá de las medidas
que han de tomarse para evitar que estas
situaciones sigan repitiéndose, conviene iniciar con urgencia una
reflexión acerca del tema de los fines y de los límites en el ejercicio
de la libertad. De hecho, hoy mayoritariamente se hace del ejercicio de
la libertad el bien máximo que se justificaría por el solo hecho de ser
lo que es: libertad. La pregunta es de cajón: en esta hipótesis ¿qué
razón se podrá esgrimir para limitar ese ejercicio y así prevenir
situaciones como la de Orlando o la del Cristo Roto y de la Iglesia de
la Gratitud Nacional? Está claro que no es posible afirmar lo uno como
principio y, después, quejarse de las consecuencias.
Mientras llega esa reflexión, una oración por la paz y el respeto mutuo; y por las víctimas de la violencia y sus familias.
Mientras llega esa reflexión, una oración por la paz y el respeto mutuo; y por las víctimas de la violencia y sus familias.
ORACIÓN FRANCISCANA POR LA PAZ
¡Señor, haz de mí un instrumento de tu paz!
Que allí donde haya odio, ponga yo amor;
donde haya ofensa, ponga yo perdón;
donde haya discordia, ponga yo unión;
donde haya error, ponga yo verdad;
donde haya duda, ponga yo fe;
donde haya desesperación, ponga yo esperanza;
donde haya tinieblas, ponga yo luz;
donde haya tristeza, ponga yo alegría.
¡Oh, Maestro!, que no busque yo tanto
ser consolado como consolar;
ser comprendido, como comprender;
ser amado, como amar.
Porque dando es como se recibe;
olvidando, como se encuentra;
perdonando, como se es perdonado;
muriendo, como se resucita a la vida eterna.
¡Señor, haz de mí un instrumento de tu paz!
Que allí donde haya odio, ponga yo amor;
donde haya ofensa, ponga yo perdón;
donde haya discordia, ponga yo unión;
donde haya error, ponga yo verdad;
donde haya duda, ponga yo fe;
donde haya desesperación, ponga yo esperanza;
donde haya tinieblas, ponga yo luz;
donde haya tristeza, ponga yo alegría.
¡Oh, Maestro!, que no busque yo tanto
ser consolado como consolar;
ser comprendido, como comprender;
ser amado, como amar.
Porque dando es como se recibe;
olvidando, como se encuentra;
perdonando, como se es perdonado;
muriendo, como se resucita a la vida eterna.
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