jueves, 2 de marzo de 2017

EN DEFENSA PROPIA

 




La noticia no ha dejado a nadie indiferente. Hace un par de días, un comerciante, propietario de una farmacia, se vio obligado a repeler un ataque a su local y a defender a su mujer y al hijo menor de ambos amenazados por una banda de delincuentes. El comerciante hizo uso de su arma de fuego ultimando a dos de ellos e hiriendo a un tercero. Él resultó asimismo herido por un disparo que alcanzó a hacer uno de los delincuentes.

Ellos ya habían sido víctimas de un asalto anterior; pero entre aquél y éste hubo un notorio aumento de la agresividad y de la violencia de los malhechores. Por eso, también, la respuesta de este comerciante que no vaciló en arriesgar su vida en defensa de la propia y la de los suyos. El desenlace ha sido, por lo tanto, muy duro; pero, digno. Sin perjuicio de encomiar la prudencia en estas situaciones, para evitar males mayores, no podemos sino felicitarnos de contar entre nosotros con gente tan valiente y decidida como este comerciante. 

Pero, precisamente, por la respuesta que él se vio obligado a dar y por el riesgo que no dudó en afrontar no podemos dejar pasar esta noticia como una más. Hoy, a la hora de pasar lista a los chilenos, nos faltan dos; los que cayeron en este episodio. Frente a la merecida suerte que corrieron no podemos callar ni ocultar el hecho de que desde antes ellos venían siendo incitados al delito y, aun, al crimen por todo el ambiente que se ha creado en nuestra patria durante estos últimos años. Ambiente de violencia y de enfrentamiento consecuencia de un discurso pronunciado desde las mismas esferas de gobierno y de los partidos que lo apoyan. Un discurso que, con desfachatez, presenta a un grupo de la población como causante de los males, reales o aparentes, de todos los demás. Es un discurso maniqueo que ha dividido los chilenos entre los buenos por un lado y los malos, por otro. Estos últimos, reducidos al comienzo a los propietarios de los grandes grupos económicos, han visto incrementar su número hasta abarcar a todos aquellos que puedan poseer algo que otra persona desea para sí. Así, hemos llegado al nivel de este modesto comerciante pasando por los propietarios de alguna estación de servicio, de un almacén de abarrotes, de un restaurante de comida rápida, etc. O de algún vecino que disponga de un aparato de televisión que despierta la envidia de un tercero. 

Estos delincuentes que pululan en nuestro país se aprecian a sí mismos como ejecutores adelantados de lo que más tarde o más temprano estiman terminará por hacer el gobierno. La diferencia con las autoridades de gobierno es así una cuestión de tiempo y de velocidad pero no de moralidad de lo que se propone.

Siempre habrá delincuencia en un país; pero, cuando ella llega al nivel en que la estamos sufriendo, las causas también hay que buscarlas a otro nivel. 

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