La
noticia no ha dejado a nadie indiferente. Hace un par de días, un
comerciante, propietario de una farmacia, se vio obligado a repeler un
ataque a su local y a defender a su mujer y al hijo menor de ambos
amenazados por una banda de delincuentes. El comerciante hizo uso de su
arma de fuego ultimando a dos de ellos e hiriendo a un tercero. Él
resultó asimismo herido por un disparo que alcanzó a hacer uno de los delincuentes.
Ellos ya habían sido víctimas de un asalto anterior; pero entre aquél y
éste hubo un notorio aumento de la agresividad y de la violencia de los
malhechores. Por eso, también, la respuesta de este comerciante que no
vaciló en arriesgar su vida en defensa de la propia y la de los suyos.
El desenlace ha sido, por lo tanto, muy duro; pero, digno. Sin perjuicio
de encomiar la prudencia en estas situaciones, para evitar males
mayores, no podemos sino felicitarnos de contar entre nosotros con gente
tan valiente y decidida como este comerciante.
Pero,
precisamente, por la respuesta que él se vio obligado a dar y por el
riesgo que no dudó en afrontar no podemos dejar pasar esta noticia como
una más. Hoy, a la hora de pasar lista a los chilenos, nos faltan dos;
los que cayeron en este episodio. Frente a la merecida suerte que
corrieron no podemos callar ni ocultar el hecho de que desde antes ellos
venían siendo incitados al delito y, aun, al crimen por todo el
ambiente que se ha creado en nuestra patria durante estos últimos años.
Ambiente de violencia y de enfrentamiento consecuencia de un discurso
pronunciado desde las mismas esferas de gobierno y de los partidos que
lo apoyan. Un discurso que, con desfachatez, presenta a un grupo de la
población como causante de los males, reales o aparentes, de todos los
demás. Es un discurso maniqueo que ha dividido los chilenos entre los
buenos por un lado y los malos, por otro. Estos últimos, reducidos al
comienzo a los propietarios de los grandes grupos económicos, han visto
incrementar su número hasta abarcar a todos aquellos que puedan poseer
algo que otra persona desea para sí. Así, hemos llegado al nivel de este
modesto comerciante pasando por los propietarios de alguna estación de
servicio, de un almacén de abarrotes, de un restaurante de comida
rápida, etc. O de algún vecino que disponga de un aparato de televisión
que despierta la envidia de un tercero.
Estos delincuentes que
pululan en nuestro país se aprecian a sí mismos como ejecutores
adelantados de lo que más tarde o más temprano estiman terminará por
hacer el gobierno. La diferencia con las autoridades de gobierno es así
una cuestión de tiempo y de velocidad pero no de moralidad de lo que se
propone.
Siempre habrá delincuencia en un país; pero, cuando
ella llega al nivel en que la estamos sufriendo, las causas también hay
que buscarlas a otro nivel.
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Enlace al artículo en El Mercurio: http:// impresa.elmercurio.com/ Pages/ NewsDetail.aspx?dt=28-07-20 16+0%3A00%3A00&NewsID=4218 55&dtB=28-07-2016+0%3A00%3 A00&BodyID=3&PaginaId=12
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