El
31 de mayo de 1916, la Primera Guerra Mundial llevaba casi dos años de
duración cuando se produjo la batalla naval de Jutlandia, tal vez la
más grande todos los siglos. En ella se enfrentaron las dos flotas más
poderosas de la época, la inglesa y la alemana, sumando entre ambas
cerca de 250 navíos.
La península de Jutlandia queda a la entrada del Mar Báltico y, por lo tanto, muy cerca de los principales puertos alemanes. La flota alemana, menor en número, intentó atraer a una parte de la flota inglesa con el objeto de ir destruyéndola por etapas. Pero, los ingleses advirtieron la maniobra y enviaron detrás a toda su gran flota. El resultado fue entonces el enfrentamiento total. Este no fue largo -la batalla duró poco más de dos horas- porque se acercaba la puesta del sol. Pero, fue tiempo suficiente para que las dos flotas se martillaran ferozmente y sin piedad.
Al finalizar, el balance fue desolador, pues los ingleses perdieron 14 buques y los alemanes 11. Varios de ellos eran enormes sobrepasando las 20.000 toneladas cada uno. Murieron cerca de 20.000 personas. Pero, aunque los alemanes perdieron menos buques y menos gente, no cabe duda de que el resultado les fue altamente desfavorable. El mando alemán fracasó en su intento por destruir de a poco la flota inglesa, por lo que al final del día el peso de ésta se impuso obligando a la flota alemana a huir y a buscar refugio en sus puertos más cercanos. Los ingleses, es cierto, no destruyeron tampoco a los adversarios, pero quedaron, sin embargo, dueños del mar. Al día siguiente, los alemanes no salieron al combate y, de hecho, se quedaron en sus puertos hasta el final de la guerra. Los ingleses entonces desplegaron sus buques en un bloqueo implacable. Alemania trató de romperlo recurriendo a la guerra submarina sin más resultado efectivo que haber decidido a los norteamericanos a entrar en el conflicto del lado de Inglaterra y sus aliados.
Como no pudieron recibir más salitre chileno fue entonces que los alemanes activaron una tecnología que venían estudiando desde antes y que les permitió producir salitre sintético a partir del amoníaco y a un costo inferior al del salitre natural. Finalizada la guerra, el uso de esta tecnología se expandió con rapidez de modo que ya en 1930, nuestro salitre había perdido su propia guerra contra la competencia. Para Chile, fue el momento del desastre, aunque éste debe ser achacado no, por cierto, a los alemanes, sino de manera principal a las clases dirigentes y a los gobiernos de la época por no haber previsto una eventualidad como la que se produjo de modo de haber procurado para el país fuentes alternativas de recursos. Fue en ese momento que recién se advirtió cómo el país se había dormido en la confianza de una situación que se suponía invariable. El despertar fue durísimo.
(Imagen: "En plena batalla")
La península de Jutlandia queda a la entrada del Mar Báltico y, por lo tanto, muy cerca de los principales puertos alemanes. La flota alemana, menor en número, intentó atraer a una parte de la flota inglesa con el objeto de ir destruyéndola por etapas. Pero, los ingleses advirtieron la maniobra y enviaron detrás a toda su gran flota. El resultado fue entonces el enfrentamiento total. Este no fue largo -la batalla duró poco más de dos horas- porque se acercaba la puesta del sol. Pero, fue tiempo suficiente para que las dos flotas se martillaran ferozmente y sin piedad.
Al finalizar, el balance fue desolador, pues los ingleses perdieron 14 buques y los alemanes 11. Varios de ellos eran enormes sobrepasando las 20.000 toneladas cada uno. Murieron cerca de 20.000 personas. Pero, aunque los alemanes perdieron menos buques y menos gente, no cabe duda de que el resultado les fue altamente desfavorable. El mando alemán fracasó en su intento por destruir de a poco la flota inglesa, por lo que al final del día el peso de ésta se impuso obligando a la flota alemana a huir y a buscar refugio en sus puertos más cercanos. Los ingleses, es cierto, no destruyeron tampoco a los adversarios, pero quedaron, sin embargo, dueños del mar. Al día siguiente, los alemanes no salieron al combate y, de hecho, se quedaron en sus puertos hasta el final de la guerra. Los ingleses entonces desplegaron sus buques en un bloqueo implacable. Alemania trató de romperlo recurriendo a la guerra submarina sin más resultado efectivo que haber decidido a los norteamericanos a entrar en el conflicto del lado de Inglaterra y sus aliados.
Como no pudieron recibir más salitre chileno fue entonces que los alemanes activaron una tecnología que venían estudiando desde antes y que les permitió producir salitre sintético a partir del amoníaco y a un costo inferior al del salitre natural. Finalizada la guerra, el uso de esta tecnología se expandió con rapidez de modo que ya en 1930, nuestro salitre había perdido su propia guerra contra la competencia. Para Chile, fue el momento del desastre, aunque éste debe ser achacado no, por cierto, a los alemanes, sino de manera principal a las clases dirigentes y a los gobiernos de la época por no haber previsto una eventualidad como la que se produjo de modo de haber procurado para el país fuentes alternativas de recursos. Fue en ese momento que recién se advirtió cómo el país se había dormido en la confianza de una situación que se suponía invariable. El despertar fue durísimo.
(Imagen: "En plena batalla")
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