miércoles, 18 de enero de 2017

EL PRIMADO DE PEDRO

 





Adelantándonos al día 29 próximo, hoy celebramos en nuestro país la fiesta de San Pedro y San Pablo, sin duda, los dos apóstoles cristianos más importantes. A ello se les ha definido como las columnas de la Iglesia, y con razón. San Pablo fue el hombre que saltó las fronteras del viejo Israel y se encargó de llevar el mensaje cristiano a tierras muy distantes. Fue, claramente, el primer misionero. San Pedro fue instituido por el mismo Cristo como la roca sobre la cual Él edificaría su Iglesia llamada a ser la barca que conduciría a los hombres a la salvación. Fue el primer Obispo de Roma, a la sazón, capital del Imperio, y lo que de él dijo Cristo siempre se ha entendido como aplicable a sus sucesores en esa sede, el último de los cuales es el Papa actual, Francisco.

En esta larga historia, la Iglesia se ha distinguido en la formación, consolidación y defensa de nuestra cultura. La Iglesia convirtió al Imperio después de sufrir persecuciones atroces. Cuando éste cayó, se encargó de convertir a los invasores no sólo a una determinada fe, sino también a un modo de vida que, al desarrollarse ha dado lugar a lo que denominamos "cultura cristiana". La Iglesia nos ha enseñado a vivir como cristianos, pero entendiendo que ello implica antes que nada y sobre todo vivir como personas humanas. Por eso, la Iglesia asumió como propios muchos de los fundamentos de la ciudad romana, heredera de la ciudad griega, porque en esos mundos se encuentran rasgos esenciales de lo que significa vivir humanamente.

De esta manera, la gran obra de la Iglesia y de su magisterio ha sido construir la ciudad humana integral. Y, en el correr de los tiempos, defenderla y acrecentarla. La Iglesia, por ejemplo, no se opuso en su momento al marxismo, al liberalismo y al nazismo sólo porque veía el depósito de la fe en peligro, sino porque los postulados de esas doctrinas apuntaban a la destrucción de la ciudad humana con el consiguiente perjuicio para todas las personas. La Iglesia ha sido madre y maestra educándonos para hacer un ejercicio fecundo de nuestra libertad y para apartarnos de un uso destructivo de ella, en una batalla que se prolonga por los siglos y en la cual nunca hay que bajar la guardia. El criterio último de moralidad que ella ha enseñado ha sido precisamente la orientación de nuestra conducta al bien de esta ciudad y, dentro de ella, al bien de las distintas personas. Por eso es por lo que vivimos aun en una cultura de civilización, de respeto y de justicia. Pero, no se ha dicho la última palabra. La tarea es mejorar esta ciudad y apartarla de los peligros que acechan en su paso. En este azaroso caminar, la Iglesia acompaña a la humanidad enseñándole la ruta; pero, también rescatándola de los errores en que una y otra vez cae. Es la promesa de Cristo cuya vigencia es nuestra mejor esperanza: "las puertas del infierno no prevalecerán"

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