Thomas von Aquin por Sandro Botticelli (1445–1510) |
Hoy
28 de enero celebramos la fiesta de Santo Tomás de Aquino (1225-1274)
tal vez la figura intelectual más importante que la Iglesia Católica
haya producido en sus más de dos mil años de existencia. ¿Por qué ha
sido así? Entre otras razones, porque en Santo Tomás la relación entre
ciencia y fe alcanzó su máxima expresión y explicación. Para él, no era
cuestión de dejar una por la otra; no era cuestión
de elegir sino de complementar. Santo Tomás entendió y enseñó que no se
puede ser buen cristiano si no se profundiza en el conocimiento
racional tanto de la persona humana como de toda la naturaleza. Y, a
partir de ahí, continuar con el conocimiento de que nos provee la Fe.
Incluso, el conocimiento de la existencia del mismo Dios debe ser enfocado desde esta perspectiva. Porque Santo Tomás es cristiano es por lo que él somete la existencia de Dios a un escrutinio racional y si llega a la conclusión de que sí existe es porque la existencia de todos los seres que forman el universo es inexplicable sin la existencia previa de un Ser superior, increado, omipotente que a partir de Sí mismo crea toda la naturaleza. No acepta explicaciones mitológicas; pero, tampoco acepta esa vieja posición que quiere hacernos creer que ser científico exige negar la existencia de Dios. Santo Tomás vela por los fueros de la Fe, pero también por los fueros de la Ciencia.
Y, por eso mismo, Santo Tomás no vacila en ir a buscar la verdad allá donde se encuentre. De ahí su entusiasmo cuando conoce la obra de Aristóteles, un pensador griego que vivió quince siglos antes que él y tres antes de Jesucristo. Metafísica, Ética, Política y Derecho son temas en los cuales Santo Tomás toma mucho de Aristóteles y, por esa vía, integra este aporte a la cultura cristiana que en esos años se estaba consolidando en la vieja Europa. Santo Tomás descuella, por cierto, en materias propias de la Fe: sus Tratados sobre la Trinidad, sobre los Sacramentos, sobre las Virtudes de la misma Fe, de la Esperanza y de la Caridad, por ejemplo, son todos de antología; pero, nunca olvida la continuidad con la Ciencia. Eso es lo que hace de él un santo de permanente actualidad. Contra las tentaciones de un fideísmo que cree poder saltarse el dato de la ciencia, como contra ese falso científicismo que, arrogante y falsario, desprecia la fe para después destruir la misma ciencia, Santo Tomás se alza enseñándonos cuán necesarias son ambas fuentes de conocimiento. Ellas son el sustento de nuestra civilización hasta el punto de que, de su cuidado, depende la suerte de ésta.
Incluso, el conocimiento de la existencia del mismo Dios debe ser enfocado desde esta perspectiva. Porque Santo Tomás es cristiano es por lo que él somete la existencia de Dios a un escrutinio racional y si llega a la conclusión de que sí existe es porque la existencia de todos los seres que forman el universo es inexplicable sin la existencia previa de un Ser superior, increado, omipotente que a partir de Sí mismo crea toda la naturaleza. No acepta explicaciones mitológicas; pero, tampoco acepta esa vieja posición que quiere hacernos creer que ser científico exige negar la existencia de Dios. Santo Tomás vela por los fueros de la Fe, pero también por los fueros de la Ciencia.
Y, por eso mismo, Santo Tomás no vacila en ir a buscar la verdad allá donde se encuentre. De ahí su entusiasmo cuando conoce la obra de Aristóteles, un pensador griego que vivió quince siglos antes que él y tres antes de Jesucristo. Metafísica, Ética, Política y Derecho son temas en los cuales Santo Tomás toma mucho de Aristóteles y, por esa vía, integra este aporte a la cultura cristiana que en esos años se estaba consolidando en la vieja Europa. Santo Tomás descuella, por cierto, en materias propias de la Fe: sus Tratados sobre la Trinidad, sobre los Sacramentos, sobre las Virtudes de la misma Fe, de la Esperanza y de la Caridad, por ejemplo, son todos de antología; pero, nunca olvida la continuidad con la Ciencia. Eso es lo que hace de él un santo de permanente actualidad. Contra las tentaciones de un fideísmo que cree poder saltarse el dato de la ciencia, como contra ese falso científicismo que, arrogante y falsario, desprecia la fe para después destruir la misma ciencia, Santo Tomás se alza enseñándonos cuán necesarias son ambas fuentes de conocimiento. Ellas son el sustento de nuestra civilización hasta el punto de que, de su cuidado, depende la suerte de ésta.
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